Zsadist
Zsadist se encogió de hombros, dándole un trago a la cerveza antes de contestar.
"Según Rehvenge, el renegado es un hombre que vive en una cripta debajo de la ciudad. Se llama Xereth. Nigromante, controlador de mentes… mierda de la peligrosa."
Se quedó un segundo en silencio, mascando las palabras. Luego soltó el aire despacio.
"Y sobre Catronia…"
Se inclinó hacia la mesa, la voz más grave, casi un gruñido.
"Catronia me ha anclado. Es una marca de dominio: me ha reclamado para un ritual, y puede infligirme dolor cada vez que cierro los ojos… incluso matarme. No hay muchos Sympaths con tanto poder mental como para lograr eso, y menos si pasa cuando duermes en un lugar seguro. Si me ha localizado, es porque alguna vez bebió mi sangre. Eso lo tengo claro."
Se quedó callado un instante, los dedos tamborileando contra el vaso como si esa pausa fuera lo único que lo mantenía en pie. Luego torció la boca en una mueca de desprecio.
"Ni de puta broma esto es una casualidad. Catronia es una titiritera, y está moviendo a sus marionetas. Y lo que más me jode… es que después de un siglo tenga los cojones de seguir considerándome una de ellas."
Apretó la jarra de cerveza con tanta fuerza que el vidrio estalló en su mano. La espuma se derramó sobre la mesa, corriendo entre los vasos. Una camarera acudió de inmediato con un trapo, recogiendo el estropicio bajo la mirada torva de Zsadist.
Se levantó de forma abrupta, sacudiéndose la mano mojada y llevándosela después a la boca para lamerse la herida con calma, como si el sabor metálico de la sangre fuera lo único capaz de templar su humor.
"Voy a mear" —gruñó, y se alejó sin mirar atrás, dejando a sus hermanos con la mesa hecha un desastre.