Zsadist
Zsadist notó el bulto en el bolsillo delantero de la chaqueta. Con los dedos manchados aún de sangre sacó el cigarro que Phury le había metido allí a escondidas. Lo encendió con calma, disfrutando del chasquido del mechero, y aspiró hondo. El humo le llenó los pulmones con ese sabor áspero y reconfortante, como si quemara todo lo que le quedaba dentro.
Exhaló despacio, la mirada perdida en la nada. Estaba agotado, cubierto de sangre seca y fresca, y en su cabeza solo giraba la misma pregunta: ¿cómo cojones había desaparecido el cadáver de Catronia? ¿Qué significaba?
Mientras subían por las escaleras hacia la salida, se sacó el móvil. Sus manos, curtidas y manchadas, parecían fuera de lugar en un aparato tan limpio. Tecleó un mensaje rápido pero con la formalidad que sabía que Fritz esperaba, porque para eso estaba el viejo guardián: para traerlos a casa cuando ni las piernas podían con ellos.
“Fritz, buenas noches. Estamos todos bien, no se preocupe. Necesitamos que nos recoja en el cruce de la Avenida Market con la Calle 9, en unos minutos. Es una zona deprimida, procure llegar con discreción."
Zsadist guardó el móvil de vuelta en la chaqueta, echó la última calada y aplastó el cigarro contra la barandilla metálica de la escalera. Al pasar junto a Phury, le soltó un manotazo en la espalda, seco, lo justo para dejarle sin aire un segundo.
“Cuando terminemos de llenarnos el estómago…”, gruñó, con la sonrisa torcida de siempre, cargada de humo y mala leche, “te invito a un trago. No rollos de hermanos ejemplares ni hostias… solo un par de copas para bajar toda esta mierda. Que nos las hemos ganado a pulso.”