Zsadist
El One Eye rugía todavía con el eco del concierto. El escenario al fondo seguía oliendo a humo, a sudor y a amplificadores recalentados. Había tocado una banda local, “Dead Mercy”, un grupo de rock alternativo con pinta de que ensayaban en un garaje lleno de ratas. El batería había destrozado las baquetas contra el suelo, el bajista estaba más borracho que la mitad del público, y el cantante se había quedado sin voz en la segunda canción. Aun así, en un antro como ese, con cerveza caliente a dos dólares y pastillas pasándose de mano en mano, cualquiera era estrella por media hora.
Zsadist entró con Phury, hombro con hombro, hasta una mesa del rincón. El ojo rojo del letrero parpadeaba sobre la sala como una puta migraña, y él gruñó por lo bajo:
"Menos mal que sabemos que es un bar… porque ese neón parece sacado de un puticlub barato."
Se dejó caer en la silla, los ojos negros repasando la sala. No era solo hambre lo que tenía, era ansiedad. La mandíbula apretada, las manos inquietas.
Y entonces las vio.
Dos chicas, todavía con el pulso acelerado del concierto. La morena, camiseta rota de “Dead Mercy” atada en la cintura, tatuajes trepándole por los brazos, medias de rejilla llenas de carreras. La rubia, flequillo a lo Joan Jett, labios pintados de negro, con una sonrisa seductora y cerveza en la mano. Dos tíos a su lado: uno enclenque, con pinta de estudiante de filosofía que no había dado un puñetazo en su vida, y otro que intentaba ir de duro con su cazadora de cuero pero tenía los ojos de un perro asustado. Ellas eran las que mandaban. Y se notaba.
Zsadist murmuró a Phury: "Dame un segundo."
Se levantó, caminó entre las mesas como quien pisa territorio propio, y se plantó delante de ellos. Apoyó la mano sobre la mesa, tan fuerte que los vasos vibraron.
"¿Visteis a Dead Mercy?", soltó Zsadist con la voz rota. "Tocan como el puto culo, pero sus groupies al menos valen la pena."
Las chicas se miraron entre sí, sorprendidas; la morena se mordió el labio, la rubia dejó escapar una risita corta, mientras jugaba con la botella entre los dedos. Los novios, en cambio, se quedaron tensos, con la mandíbula apretada y las pintas de que no sabían si levantarse o hundirse más en la silla.
"Eh, tío, son nuestras novias", dijo el enclenque, con voz temblorosa.
Zsadist ladeó la cabeza, una sonrisa socarrona.
"¿“Nuestras”? Joder, qué generosos sois. ¿También os las turnáis para mear?"
Silencio tenso. Ningún espectador. Solo esa mesa a punto de estallar.
Él la señaló con un dedo cubierto de cicatrices. "Tú. Vente conmigo."
Zsadist tiró de la morena hacia arriba, sin miramientos, como quien arranca un trapo de la mesa.
Y al girarse, mientras arrastraba a la morena hacia la barra, cruzó fugazmente los ojos con Phury. Apenas un gesto con la mano libre, rápido, como el de quien se sacude el polvo. No hacía falta más: su hermano sabía leerlo de sobra. “Bórrales la memoria”.