Zsadist
Zsadist imponía solo con estar de pie. Alto, fuerte, con esa fuerza de perro salvaje al que nadie había logrado domar nunca. ¿Atractivo? Depende de los ojos que miraran: para unos era un monstruo, para otros un imán. Pero lo que todos sentían, sin excepción, era miedo.
Megan lo sintió de golpe cuando la arrinconó en la barra. No necesitó tocarla para que todo el antro desapareciera: su sombra y su olor a pólvora y metal lo ocuparon todo. Se sintió secuestrada sin que él hubiera dicho una palabra.
Y lo peor: nadie movía un dedo. Ni siquiera Mike. Mike, su novio. El enclenque con el que había entrado y que ahora se quedaba clavado en la mesa, tragándose su cerveza aguada, demasiado cagado para levantarse.
Megan lo supo ahí mismo: estaba sola, abandonada. Y esa certeza la atravesó como un cuchillo. Por un segundo pensó en Sarah, su amiga, y en la charla de hacía un par de noches: “tía, Mike es un desastre, hasta la polla la tiene más pequeña que cualquiera con quien haya estado”. Megan rió entonces; ahora solo se le quedó la frase grabada, cruel y acertada.
Zsadist la tenía encajada contra la barra, la sombra de su cuerpo tapándole hasta el aire. La miró fijamente, con los ojos negros clavados como cuchillas.
"¿Cómo te llamas?", preguntó, pero sin esperar respuesta, como quien ya sabe la verdad.
Se inclinó un poco más, el colmillo asomando en la sonrisa torcida. "Te llamas Trenzas."
Ella parpadeó, sorprendida, intentando rescatar un poco de dignidad. "Me llamo Megan…", susurró.
Él soltó una carcajada seca. "He dicho Trenzas. Hazte una."
Ella dudó, los dedos agarrotados. Pero Zsadist no tenía paciencia, y su mirada no admitía réplica. Con manos temblorosas, recogió su melena y empezó a enredarla en una trenza cutre, chapucera, como una niña castigada.
Zsadist gruñó satisfecho. "Así me gusta. Aunque lo hagas a disgusto, lo haces."
Le apoyó la mano en la nuca, dura como un cepo, apretándola hacia él. Megan se estremeció, sintiéndose más pequeña que nunca.
"¿Ese es tu chico?", preguntó Zsadist, señalando con la barbilla hacia Mike, obnubilado con Phury y lo que fuera que estuviera contándoles.
"Sí. Mike...", respondió ella, apenas audible.
Zsadist rió sin una pizca de humor. "Mike… nombre de corredor de seguros. Cara de corredor de seguros. Y polla de corredor de seguros. Me aburro solo de escuchar su nombre."
El corazón de Megan se heló. ¿Cómo cojones podía saberlo?
Zsadist bajó la voz, grave, pegado a su oído. "¿Sabes por qué estás aquí, Trenzas? Necesito una cosa de ti."
Megan tragó saliva, notando su nuca arder bajo la mano que la sujetaba. "¿Qué… qué cosa?" , musitó, con la voz rota.
Él rió por lo bajo, un gruñido. "Nada heroico, no te flipes. Quiero verte obedecer. Quiero ver hasta dónde eres capaz de tragar cuando alguien de verdad te aprieta los tornillos."
Se apartó apenas un palmo, lo justo para mirarla a los ojos, y le levantó el mentón con un dedo curtido y áspero. "Mike nunca te pidió nada porque sabe que no tiene cojones para soportar un “no”. Yo no. Yo te pido, y si dices que no… me da igual."
El dedo bajó de su barbilla hasta el cuello, presionando apenas lo justo para que ella sintiera el pulso latir contra su piel.
"Así que empieza por algo simple, Trenzas. Quiero que mires a ese saco de huesos que llamas novio y sonrías. Una sonrisa bonita, de esas que guardas para cuando te hacen sentir viva."
Ella abrió la boca, temblorosa. "¿Y… y luego?"
Él la interrumpió, torciendo la sonrisa. "Luego, cuando le sonrías, vas a venir conmigo y vas a beber de mi vaso sin apartar los ojos de él. Quiero que se quede con tu imagen clavada en la cabeza, para cuando se despierte de madrugada y piense por qué coño le dejaste por un desconocido en un bar."
La jarra apareció de nuevo entre sus manos.
"Vamos, Trenzas", susurró, con los colmillos brillando. "Hazlo."
Entonces lo notó. Mike ni siquiera la estaba mirando. Ni un gesto, ni una señal de que pensara levantarse a por ella. Sus ojos estaban fijos en otro tipo que acababa de sentarse en la mesa: alto, guapo de anuncio. Dan y Sarah también lo miraban como si la sala se hubiera apagado y solo existiera él. Mike tragaba cada palabra que aquel gilipollas decía, como si fuera un profeta caído del cielo.
Megan sintió que se le helaban las tripas. No era solo que Mike no la defendiera: era que, en el fondo, parecía estar encantado de no tener que hacerlo. Como si su chica fuera un peso sobre sus hombros, una carga de la que se libraba porque otro había decidido apartarla.
Zsadist lo vio también. Ladeó la cabeza, la sonrisa torcida, y masculló contra su oído: "¿Ves, Trenzas? Ni siquiera te echa de menos. Prefiere mirar a ese pijo de escaparate antes que recordar que existes."
Megan apretó los labios, las manos temblándole todavía sobre el vaso. Notaba la voz de Zsadist como un cuchillo bajo la piel, y lo peor era que cada palabra era verdad. Mike ni siquiera la buscaba con la mirada. Estaba absorto en aquel guaperas, como un perro siguiendo un hueso que nunca va a morder.
Algo se le rompió por dentro. Todo estalló en un segundo.
Se giró hacia Zsadist, le agarró la cara con brusquedad y le estampó la boca contra la suya. No fue un beso romántico ni dulce: fue un morreo lleno de rabia, saliva y dientes chocando. Un acto de despecho, de desafío, de “a la mierda todo”.
Zsadist gruñó contra su boca, sorprendido pero encantado. Le devolvió el beso con violencia, atrapándole la mandíbula como si fuera a devorarla. Cuando al fin se separaron, la miró con los ojos negros brillando, y se relamió lento, como un depredador que saborea la sangre después de morder.
"Así, Trenzas…", murmuró con la voz ronca. "Ya empiezas a entender cómo va esto."
Ella respiraba agitada, los labios hinchados, sin saber si había firmado su condena o su salvación.
De repente, entre la neblina de cerveza rancia y luces rojas, apareció Zsadist. El suéter negro pegado al cuerpo, los ojos llenos de energía, y esa media sonrisa torcida que olía a que algo había hecho… o deshecho.
Se dejó caer en la silla junto a Phury, sin dar explicaciones. Solo un bufido, una mano que agarró el vaso delante de él.
Al otro lado de la sala, Mike, Dan y Sarah seguían riéndose nerviosos entre ellos, como si nada hubiera pasado. Como si Zsadist nunca se hubiera acercado a su mesa, como si Megan nunca hubiera desaparecido a su lado. Sus recuerdos habían sido arrancados como páginas de un libro mal escrito. Vacíos. Huecos.
Zsadist se encendió un cigarro, exhaló el humo con calma y miró a su hermano. "¿Nos tomamos esas copas?"