A Miela le dolía la mano izuierda.
Se la limpió como buenamente pudo con un botellín de alcohol del bueno que normalmente habría utilizado para cocinar o beber, pero no parecía que hubiera muchas alternativas con el resto de los mercenarios ocupados. La joven vio al drow del grupo cortarle la cabeza a Ismael. No se inmutó, pero tampoco miró muy de cerca. Había visto peores cosas, y el dolor de su herida la tenía en un estado de alerta, pero cansada. Después de limpiarse la herida, se la vendó con dos pañuelos, lo que no era perfecto pero, de nuevo, valía al menos para salir del paso.
Sólo esperaba que su cuerpo pudiera rechazar el veneno de las malditas arañas.
Sudorosa y pálida, la mercenaria se levantó y decidió poner fin al mayor problema que tenía el grupo en ese momento (por lo menos, que ella supiera) aparte de sus heridas. Con algo de esfuerzo, y con yesca y pedernal de su mochila, encendió la chimenea del comedor otra vez. Al darse la vuelta y ver los cadáveres de las arañas, consideró si no sería buena idea adecentar el lugar para pasar la noche allí... pero no tenía las fuerzas para sacar los cuerpos, limpiar la sangre, y reparar las ventanas.
Volvió a mirarse la mano herida, la aprensión visible en su rostro.
Ilmater, ¿y si la perdía?
El pensamiento fugaz le dio auténtico pánico. Se sintió más alerta que nunca de repente mientras aprovechaba el fuego de la chimenea para encender la linterna que siempre llevaba en su mochila precisamente para situaciones como ésta. Con la luz en su mano sana, y el reconfortante peso de su espada ropera colgando de su cadera, Miela se puso a buscar un cubo lleno de agua o cualquier cosa similar que pudiera servirle para bendecirlo. Agua bendita por la gracia de Ilmater sin duda tendría un efecto aún mejor sobre su herida que el alcohol... o al menos eso esperaba.