Bailey
Marina, normalmente enérgica, observa a Bailey en silencio desde un rincón oscuro del salón, su rostro tenso, casi como si algo la retuviera o, tal vez, simplemente estuviera asustada. Después de un par de segundos que parecen eternos, se arma de valor y ofrece a Bailey un saludo tímido. Camina hasta la mesa y se sienta, gesto que Alan toma como señal para invitar a su hija a unirse a ellos. Mientras Bailey se sienta, King se acurruca bajo sus pies, siempre alerta.
La tensión se masca en el aire mientras Marina dispone las cartas de tarot sobre la mesa, cada una deslizándose con un eco sombrío. Las sombras se retuercen en las paredes, como si estuvieran vivas, agitadas por el baile macabro de las llamas de las velas. La luz titubea y una vela se extingue súbitamente al revelarse la carta del Diablo, arrojando una esquina del salón a una oscuridad aún más densa.
"El Mago", susurra Marina, señalando la carta que muestra a un hombre con una varita, "poder y control... pero también engaño." Sus ojos, inyectados de temor, se clavan en los de Bailey, transmitiendo una advertencia muda.
La carta siguiente hace que Bailey trague saliva con dificultad. "La Sacerdotisa," dice Marina con voz temblorosa. "Secretos y misterios... lo que está oculto." Otra vela parpadea, como si temblara de miedo.
Al girar la carta de la Muerte, un escalofrío helado se esparce por la habitación. "Transformación", articula Marina, en un susurro que parece arrastrar las almas presentes, "un final necesario para un nuevo comienzo."
Pero es la carta de la Torre la que sume la estancia en un silencio sepulcral. "Caos y destrucción repentina", dice Marina, y sus palabras suenan como el presagio de una maldición. "Algo... o alguien del pasado ha regresado."
Las cartas desatan un coro de ominosos augurios. De repente, un golpe sordo desde el piso superior se clava en el silencio como una advertencia mortal. Acto seguido, el sonido se repite, más fuerte, un eco perturbador que parece imitar el gateo desesperado de un bebé. Marina palidece aún más, su rostro es un espejo del horror absoluto.
"¿Oísteis eso?" El susurro de Alan es casi inaudible.
King, desde debajo de la mesa, gruñe hacia la oscuridad de la escalera, su cuerpo tenso anticipando el inminente peligro.
"Algo no está bien," logra decir Marina, su voz apenas un hilo sobre el tamborileo de sus corazones aterrorizados. "Algo... o alguien desea a Bailey. Y no descansará hasta poseerla." Sus últimas palabras se pierden en un tembloroso susurro.
Un viento gélido invade la habitación a través de una ventana entreabierta, y otra vela se apaga. El silencio que sigue es casi sólido, roto solo por el gruñido sordo y amenazante de King, resonando como una advertencia sombría.