Con la oscuridad cerrándose sobre ellos y las primeras estrellas comenzando a asomar en el cielo, el grupo avanza por el camino que serpentea más allá del parque botánico, en dirección a Innisport. La grava cruje bajo sus pies, marcando el ritmo de su marcha mientras las sombras de los árboles se alargan, fundiéndose con la noche.
"Anna O'Shea debía estar desbordada con tantas cosas en mente y tantos mensajes que atender, Milly", comenta Leo, intentando justificar la ausencia de respuesta de Anna. "No creo que podamos reprochárselo, dadas las circunstancias. Y ahora, ni siquiera la encuentran...", su voz se pierde un momento en el susurro del viento que mueve las hojas secas a su paso.
El grupo continúa en silencio por un momento, cada uno perdido en sus pensamientos mientras el camino los lleva a través de un pequeño puente de madera que cruza un arroyo murmurante. La luz de la luna, filtrándose a través de las ramas, baña el sendero en un resplandor plateado, haciendo que las sombras parezcan danzar al compás de sus movimientos.
"Yo puedo llevaros al islote; tengo un bote que uso para mis viajes a Innisport. El día que decidáis venir, os estaré esperando en el viejo puerto", ofrece Olaf, mirando hacia las luces distantes de la ciudad que ahora empiezan a vislumbrarse entre los árboles.
El sendero se ensancha mientras se acercan a los límites de la ciudad, el ruido de la civilización creciendo gradualmente a medida que dejan atrás el parque.
"Me quedé con ganas de buscar ese supuesto nido", murmura Leo, rompiendo el silencio que se había asentado entre ellos. "A ti te gustan las historias de miedo, ¿verdad, Ronan? Habría sido increíble encontrar la guarida del monstruo e impresionar luego a Ralph y Cindy, ¿no crees?", dice, lanzando una mirada cómplice a Ronan.
"Tentar la suerte más de dos veces en una noche puede ser demasiado, joven Leo", interviene Olaf, riendo suavemente mientras le da una palmadita amistosa en la cabeza.
Ante la pregunta de Milly, Leo parece pensantivo: "Hace un buen rato aquí. Justo después de llegar, ni siquiera he podido explorar más allá del Beso del Bosque", concluye, justo cuando el grupo entra en las calles iluminadas del barrio de Santa Úrsula, dejando atrás la tranquilidad del parque y adentrándose en el bullicio de la noche urbana.
"Aquí debemos separarnos", dice Olaf, "Volveremos a vernos, no tengo dudas", añade antes de perderse camino al viejo puerto.