"Mamá dice que no hablemos con extraños", comenta una niña algo mayor, tirando de la manga desgastada de Sharon, que parece tener unos seis o siete años. La chaqueta de Sharon es varios tamaños más grande de lo necesario, seguramente heredada. Sharon, que estaba a punto de decir algo, se queda callada, mirando al suelo lleno de charcos y basura del estrecho callejón de Los Arrabales.
"Pues mi papá dice lo mismo: que no hablemos con extraños, que no aceptemos caramelos ni nos subamos a coches desconocidos. ¿Tienes caramelos o un coche?", pregunta otra niña, casi de la misma edad que Sharon, hurgándose nerviosa el bolsillo de su pantalón sucio.
"Sí, Jake es mi hermano", murmura Sharon con timidez, abrazándose a sí misma mientras una ráfaga de viento agita los papeles y plásticos esparcidos por el suelo.
"No le hables a la señora, Sharon", advierte la niña mayor, mirando de reojo hacia una esquina donde un grupo de adultos charla alrededor de un fuego improvisado.
"No es una señora, es una chica", señala un niño que se ha unido al grupo, señalando con el dedo a Rachel.
"Pero es calva. Los calvos son mayores", insiste la niña, frunciendo el ceño, mientras el viento juega con su cabello enmarañado.
"Mi hermano también es calvo y tiene menos de veinte años", replica el niño, cruzándose de brazos, defendiendo su punto.
"Tu hermano no es calvo, es un neofaci, me lo dijo mi padre. Es raro que me dejen hablarte, porque los neofacis son mala gente y tanto él como tu padre lo son", responde la niña, envalentonándose, poniendo las manos en las caderas.
"¿Eres amiga de mi hermano?", pregunta Sharon finalmente, levantando la vista hacia Rachel que se acerca lentamente, sus pasos resonando contra el asfalto agrietado.