Bailey sonríe a su padre, despidiéndose con la mano. "Termino de estudiar, me doy un baño, y voy a la cama. Una hora máximo. ¡Buenas noches!"
Dicho eso, Bailey cierra la puerta de su habitación... y ve que mientras su padre y ella hablaban, King se ha infiltrado en la estancia y la espera, tumbado sobre la ultra-mullida alfombra rosa. Bailey inmediatamente se lanza sobre él, tomándole la cabeza entre las manos para darle un buen y cariñoso frote al tiempo que emite ruiditos incoherentes para bebés. Tras hacerle otras carantoñas por el estilo, se levanta y vuelve a sus estudios. Las matemáticas no eran su fuerte, entre otras materias, pero en ciertas ocasiones, la joven era el tipo de chica que se buscaba ella misma las soluciones. En este caso, varios vídeos de Youtube de un canal que pertenecía a un profesor de instituto hindú. El acento le resultaba algo raro, pero el tipo explicaba las cosas bien, y Bailey era la última persona en rechazar ayuda de alguien sólo porque fueran un poco diferentes.
También ayudaba que supiera compartimentalizar. Nada de escuchar música o podcasts al tiempo que estudiaba, a menos que fueran específicamente música para estudiar, o podcasts relacionados con el tema.
Después de echarle veinte minutos más, quedando más o menos satisfecha, Bailey vuelve a la alfombra, cayendo de rodillas delante de King para darle un beso en la frente. "Venga, King, con Papá."
El Border Collie casi parece asentir al tiempo que da un ladrido suave, se levanta, y sale trotando hacia la puerta. Bailey lo despide con una sonrisa antes de seguirlo, coger un albornoz (el color y textura son fáciles de adivinar) que cuelga detrás de la puerta, y salir al pasillo para a continuación entrar en el baño.
El baño de la primera planta de Casa Bruer no tiene nada de especial... dejando aparte que es grande, está bien construido en una casa señorial, y en general está de lujo sin llegar a ese nivel decorativo que dice a gritos no reparamos en gastos porque teníamos que compensar con dinero nuestra falta de buen gusto. Bailey pone a llenar la bañera de agua caliente, casi escaldando, mientras se desnuda. A cada prenda que se quita, de más peso del día se libra. Sin embargo, cuando está medio desnuda, no puede evitar alzar la mirada hacia el espejo del lavabo...
Unos minutos después, con una toalla colgada sobre el espejo para taparlo totalmente, y sabiendo que no va a quitar esa toalla de ahí hasta al menos mañana, la joven se sumerge en el agua caliente con un suspiro de gusto y alivio, los ojos cerrados y una sonrisa amplia y feliz en el rostro. Todas las preocupaciones del día se derriten, no sólo por la deliciosa sensación del agua caliente rodeándola, sino por la certeza mental de que no les va a dedicar ni un minuto más de la noche. Después de esto, será secarse, ponerse el pijama, e irse a la cama.