Maigret en el Picratt's de Georges Simenon
Otra maravilla de Simenon. Resulta exquisita su economía narrativa: nada falta y nada sobra, cada palabra está medida al milímetro. Una pulcritud formal fascinante que nos lleva a recorrer de forma realista el proceso de la investigación policial. A Simenon no le hace falta hacer ningún aspaviento narrativo, escribe de la misma manera que Maigret lleva a cabo su proceso: con paciencia y sobriedad; observando, haciendo preguntas y dejando que los personajes las respondan, escuchándolos de forma sincera e intentando entender su verdad.
Y, otra vez más, qué elenco de personajes tan maravilloso, qué bien definidos y enmarcados en su ambiente. Simenon es un maestro de la fotografía emocional: de qué forma tan sutil y certera penetra en la verdad de esos personajes tan reales y vivos, con cuanta precisión hace que el continente y el contenido confluyan y se entrelacen. La descripción del Picratt's -esa boîte de striptease situada en un Montmarte siempre en blanco y negro- es absolutamente fascinante, realmente consigue transportarnos a ese espacio que es parte inseparable del alma de los personajes que lo integran.
Poco más de cien páginas de pura perfección en las que Simenon parece hacer fácil lo difícil con la maestría de un narrador nato y con la hondura de un observador tan sincero como empático.
La Comedia humana. Volumen III: Escenas de la vida privada de Honoré de Balzac
Seguimos con Balzac en un tercer tomo de La Comedia Humana en el que destacan -y de qué manera- tres narraciones perfectas en su certero e inmisericorde retrato de las costumbres sociales de la Francia de la Restauración, en el que el genio francés se erige de forma inapelable como un maestro del análisis materialista.
El contrato de matrimonio es una sublime y descarnada sátira en la que Balzac narra -tal como si fuese una campaña militar- la firma de un contrato matrimonial entre dos partes enfrentadas en el altar del amor a causa de la pérfida y vulgar preminencia del dinero. La guerra dialectal entre el pretendiente y la pretendida -encarnados en las figuras de los notarios de cada familia- es tan sublime como certera en su firme convicción de que todo sentimiento de afecto y bondad son devorados por el aliento depredador del interés material. Una lucha encarnizada en la que ningún bando quiere dar su brazo a torcer en el balance final de la aportación que cada parte hará a la dote. La epístola final de Henri de Marsay es por si sola una cumbre literaria de puro cinismo.
A primera vista Gobseck puede parecer el típico retrato de un avaro pero de forma sumamente inteligente Balzac consigue darle la vuelta a un arquetipo tan caricaturesco con un humanismo de corte casi existencialista. De esta manera la figura del prestamista sin escrúpulos se convierte en un espejo de todas las miserias y bajezas de una sociedad obsesionada con las apariencias, el hedonismo y la vacuidad. Gobseck termina siendo un acreedor no ya de lo material sino de lo moral, dedicado en cuerpo y alma en hacer caer todas las caretas y en poner a cada cual en su justo lugar.
Modeste Mignon es simple y llanamente una obra maestra de la narración y de la descripción de personajes. Una pieza de orfebrería donde nada falta y nada sobra y en la que cada personaje está labrado a la perfección en torno a sus intereses y motivaciones. El camino que la joven Modeste emprende para escoger un marido es narrado por Balzac con una maestría en la que lo grave y lo satírico confluyen de forma tan serena como solo puede suceder en el alma humana. El elenco de personajes es maravilloso y cada uno de los pretendientes encarna los valores y defectos que representaban los sueños y ambiciones de la época.
En fin, en este tercer volumen empiezo a vislumbrar la grandeza del autor realista y materialista por antonomasia. No resulta sorprendente que uno de los proyectos que Marx dejó inacabados fuese un estudio de la burguesía a través de la obra de Balzac. El francés es un genio absoluto del análisis de los avatares humanos y de como se relacionan entre ellos en un mundo regido por lo material.
Páradais de Fernanda Melchor
Relato breve en un tono bastante pulp en el que Melchor vuelve a retratar un país sin brújula moral en el que todos los personajes andan perdidos vagando entre las aguas turbias de la perdición y el vicio. Una obra sin duda menor pero escrita con una prosa muy bien trabajada que consigue adentrarnos en la mente casi alucinada de un adolescente sin futuro ni esperanza que se ve abocado al abismo de su propia desesperación.
El misterio de la cripta embrujada de Eduardo Mendoza
Mendoza es sin duda uno de los grandes nombres de nuestra literatura y esta novela, la primera del ciclo del innombrado Detective, es uno de sus clásicos. Publicada recién estrenada una democracia aún tambaleante El misterio de la cripta embrujada es una obra tan divertida como surrealista en la que Mendoza compone su peculiar adición al canon de la explosión contracultural que se desató en la ciudad Condal durante esos años tan fascinantes, en los que el futuro parecía construirse a casa paso y en los que los demonios del pasado aún acechaban en cada esquina.
Una novela que se ampara en el género negro para construir un sentido homenaje hacia esos personajes marginales, siempre condenados a mantenerse distanciados de la corriente de los tiempos, para quienes la libertad es tan solo el anhelo de sobrevivir una noche más en un mundo que los invisibiliza y en el que no les es permitido dejar huella.
La piel de Curzio Malaparte
Este debe ser uno de los libros más singulares y fascinantes que se han escrito sobre la Segunda Guerra Mundial. Y también uno de los más dolorosos. Uno nunca sabe exactamente qué tiene de realidad y qué de ficción esta crónica que Malaparte escribió durante la ocupación de Nápoles por parte de los Aliados. Y puede que eso no tenga absolutamente ninguna importancia. Al fin y al cabo, entre la barbarie, el sinsentido, el hambre y el dolor no existe más verdad que la de la piel que nos recubre, ese disfraz de humanidad que sale volando al primer golpe de viento para dejar al descubierto que no somos más que una amalgama de carne dispuesta a todo para vivir un día más.
Es este un libro sobre la derrota. Sobre el heroísmo que hace falta para sobrellevarla y sobre la piedad que debemos mostrar ante ella. También es un libro sobre la victoria y los héroes abyectos que esta engendra, dispuestos a fagocitar todo lo que prometían salvar. La libertad, por ejemplo, infausto peaje a pagar, caras migajas de dolor y humillación ejemplificadas en las madres vendiendo a sus hijos por las calles de Nápoles ante unos liberadores que pocos años atrás le reían las gracias a Mussolini. Una pesadilla formulada al albor de un nuevo mundo en el que todo está en venta y nada parece prohibido mientras se pague su justo precio. El amanecer de los vencedores, de los héroes sin mácula; inocentes, puros y virtuosos.
La Piel es también un libro sobre Europa, sobre la siempre vieja Europa y su trágico final en esa fiesta del fin de los tiempos de la que nació el mundo en que vivimos. Esa Europa de la Cultura, orgullosa de su Historia, de su Nobleza y de sus Ideales... ahora convertida en este erial globalista que todo lo aplana y que no conoce más valor que el del vil metal. Resulta implacable la clarividencia con la que Malaparte anuncia la llegada del Nuevo Mundo de la mano de las tropas americanas. Su vacuidad, su falta de respeto y su inocencia juvenil son los estigmas que hemos adoptado todos sin posibilidad de remisión. Las tropas americanas entrando en Roma, con los Shermans arrollándolo todo a su paso, son sin duda la primera avanzadilla de esas hordas de turistas que hoy invaden esta ciudad y Europa entera en una carrera endiablada por la homogeneización cultural y la estulticia moral e intelectual.
Al final, como en todos los grandes libros, solo queda la bella y pura verdad. En este caso esta se encuentra en las descripciones que Malaparte hace de la costa napolitana, con ese Mediterráneo de tonos rojizos -del color del mar en la Odisea- y en ese Vesubio omnipresente que parece existir tan solo para recordarnos que solo él tiene la potestad para dar y quitar vida y que no somos nada más allá de nuestra piel. Una verdad tan bella como dolorosa que quizás solo puede ser comprendida en toda su magnitud por esos primeros pueblos de los que todos descendemos y que existieron mucho antes de Cristo y de su Piedad y Perdón. Pueblos de esclavos, hechos de sufrimiento, henchidos de pura humanidad. Habitantes de una misma piel inmortal.