Mason y Dixon de Thomas Pynchon
Intuyo que este terminará siendo con el tiempo uno de los libros fundamentales de mi vida lectora. Novela de ambición colosal que es al mismo tiempo biografía, retrato de una era, cuento de fanstasmas, historia de amor, canto a la amistad y homenaje a los héroes olvidados de la ciencia.
Mason y Dixon es una obra tan compleja como enriquecedora, que pide mucho del lector pero que a cambio entrega un crisol inconmensurable de hallazgos literarios, con una prosa exquisita de inabarcable belleza. Pynchon lo da todo en su retrato de la Era de la Razón y de los grandes Imperios Coloniales, tejiendo con una maestría absoluta un mosaico de un detallismo enfermizo en el que convergen astronomía, astrología e intereses geopolíticos entre decenas de organizaciones -los masones, la Royal Society, la Compañía de las Indias Orientales, los jesuitas…- con un tono que serpentea continuamente entre lo real y lo imaginado, entre lo grave y lo absurdo.
Pues Mason y Dixon es ante todo una historia de umbrales y de divisiones; de líneas, paralelos y meridianos. En ella se tratan todo tipo de separaciones y contrarios: la ciencia y la magia, la razón y la barbarie, la vieja Europa y el nacimiento de América, el amor y el odio, la vida y la muerte: siendo este el último umbral, el tránsito definitivo del que nadie, sea cual sea su condición, puede escapar.
Resulta apabullante como Pynchon es capaz de tejer una historia tan barroca, llena de personajes y momentos puramente surrealistas, sin dejar de crear en ningún momento un mundo totalmente creíble que puedes oír, oler y tocar. Algunas de las descripciones de esta novela se encuentran entre las más vivas y suntuosas de las que tengo recuerdo como lector. Y creo que este elemento es, junto con la humanidad de sus dos protagonistas, lo que hace que la novela siga reteniendo toda su fuerza y vigencia.
Como el Quijote y Sancho Panza, Mason y Dixon son dos personajes entrañables e inolvidables, y su relación sostiene el complejísimo andamiaje narrativo de la novela. La melancolía de Mason y la curiosidad de Dixon nos llevarán de la mano por más de mil páginas, tres continentes y varias décadas de Historia hasta uno de los tramos finales más bellos y crepusculares jamás escritos. Nunca la definición de obra maestra fue más acertada.
Hacia la estación Finlandia de Edmund Wilson
Un clásico por derecho propio que se mantiene vigente gracias a la infinita sabiduría y pasión con la que Wilson narra la epopeya del pensamiento socialista. Desde los primeros historiadores materialistas franceses hasta la llegada de Lenin a la estación Finlandia en vísperas de la Revolución Rusa, pasando por el nacimiento y maduración de la filosofía y del sistema marxista.
Una obra de gran erudición que recorre no solo los hechos históricos, si no que se adentra en el análisis literario y filosófico de los grandes pensadores y revolucionarios que moldearon un futuro quizás ya demasiado lejano. Wilson destaca por la humildad con la que teje su análisis de estas doctrinas, poniendo siempre en valor el factor humano que las alumbró. Un texto esencial que consigue que el lector sienta la pasión y vitalidad con la que estos hombres y mujeres intentaron encontrar el modo de hacer del mundo un lugar mejor para toda la humanidad.
La Comedia Humana II: Escenas de la Vida Privada de Honoré de Balzac
Los primeros relatos de este tomo siguen la estela de lo que Balzac nos mostró en el anterior: estudios de personajes y de las convenciones sociales durante la Francia del Primer Imperio y de la Restauración. Balzac nos adentra en ese nuevo mundo que se abría ante sus ojos, con la burguesía tomando poder y relevancia social sobre la antigua aristocracia.
Lo realmente bueno empieza con Memorias de dos recién casadas, la primera novela corta de este ciclo monumental, al menos según la edición de Hermida. Obra de gran altura literaria, tanto por su estructura epistolar como por las reflexiones que comparten estas dos mujeres: una de ellas atada al contrato social del matrimonio de conveniencia y la otra libre para encontrar el amor a su manera. Balzac teje con maestría estos dos personajes y sus diatribas; en ellos lo moral y lo material, los sentimientos y el Estado Social luchan por encontrar un equilibrio en medio de un mundo cambiante donde los conceptos de familia, amor, libertad y deber se metamorfosean entre ellos.
La mujer de treinta años tiene un buen inicio, con otro personaje femenino bien definido con el que Balzac se adentra en los turbios lodos de la sexualidad femenina frustrada. Sin embargo la novela termina por convertirse en un folletín poco creíble y apresurado, con personajes y sucesos inverosímiles que alejan el tono de lo que hasta entonces era otro estudio de personaje para llevar el relato hacia mares propios de la novela de aventuras más trasnochada.
A pesar de este tropiezo final el segundo tomo de La Comedia Humana vale mucho la pena. Las observaciones de Balzac, centradas en estos relatos alrededor del matrimonio y la familia, y narrados desde el punto de vista femenino, nos ayudan a entender ese periodo decisivo de la Historia y los cambios que en él se llevaron a cabo.
Los seductores de James Ellroy
Los Ángeles, verano del 62. La comidilla de la ciudad es la desastrosa producción de Cleopatra, que tiene a la 20th Century Fox al borde del abismo. Jimmy Hoffa contacta con Freddy Otash para investigar la relación entre Marilyn Monroe y los Kennedy. El objetivo: sacar a la luz posibles trapos sucios con los que protegerse de la inminente demanda del fiscal Bobby Kennedy. Sin embargo, unos meses después del inicio de la operación, la estrella del momento aparece muerta en su casa de Fifth Helena Drive, el mismo día en que una ex actriz de la Fox es secuestrada... En este contexto da comienzo la última novela de James Ellroy, uno de los más grandes escritores americanos de todos los tiempos.
Para un servidor cada novela de Ellroy que sale a la luz es un acontecimiento de índole casi espiritual, tanta es la admiración y fascinación que siento hacia el genio angelino. Ahora, a sus más de setenta años, se encuentra en la cúspide de sus capacidades literarias, y parece importarle menos que nunca hacer nuevos amigos. De alguna manera se ha convertido en uno de esos artistas -pienso en Yazujiro Ozu, por ejemplo- que han encontrado su estilo y que ya solo piensan en llevarlo hasta sus últimas consecuencias, depurando la forma hasta el paroxismo. Muchos dirán que leída una novela de Ellroy leídas todas, y puede que no les falte razón, pero creo que el americano ya no escribe para nadie más que para él mismo. En cierta manera se ha convertido en un mitómano de su propia creación. Y esa creación, por la que sin duda será recordado y valorado, es su visión de Los Ángeles de mediados del siglo XX, durante la Era Dorada de Hollywood.
La ciudad de las estrellas ha sido su gran musa y su obsesión, convirtiéndola en su Jardín de las Delicias particular; un espacio no ya físico, sino moral y existencial, en el que dar forma al mundo tal y como él lo ve. Y para Ellroy el mundo es sin duda un lugar oscuro y cruel, en el que el vicio, la violencia, el poder y el sexo forman un totum revolotum donde todo está conectado: desde los bajos fondos y el mundo del hampa, hasta las altas instituciones políticas como el LPDA o el FBI, pasando por los grandes estudios de Hollywood. Nadie se libra del mal que campa a sus anchas en una ciudad donde todo el mundo esconde turbios secretos y sórdidas obsesiones.
Nadie ha descrito como Ellroy el nihilismo implacable de una sociedad podrida y corrupta hasta la medula. Sus novelas están plagadas de lo peor que puede dar de si el ser humano: asesinos, proxenetas, policías de extrema derecha, músicos de jazz adictos a las drogas, voyeurs, psicólogos dementes, narcotraficantes comunistas, directores de cine porno, productores mafiosos... Un cabaret infinito de toda la maldad y podredumbre que se esconde tras el lujo, la fama y el poder. Incluso el elenco de personajes reales que pueblan sus novelas se convierte en el reverso más tenebroso posible de lo que fueron en realidad. El Jefe del LAPD William H. Parker, jesuita alcohólico y criptofascista. Bobby Kennedy, fiscal general arribista y conspirador. Su hermano el Gran K, presidente de USA drogadicto y adicto al sexo. Marilyn Monroe, ex chica de compañía manipuladora, obsesionada con los criminales y adicta a la bencedrina. Nadie se salva, no hay luz al final del túnel, sino tan solo un abismo sin fin.
Esta inclemencia moral se ve respaldada por el "Estilo" marca de la casa: una prosa seca y cortante, de una extrema violencia verbal, en la que las frases parecen construidas a golpe de fogonazos, sin dejar que el lector respire entre suceso y suceso. En este caso Ellroy escoge la primera persona de manos de su protagonista Freddy Otash -detective privado a sueldo del mejor postor con el fin de destapar la basura de los famosos, que existió en la realidad (trabajó para el mítico tabloide Confidential) y que Ellroy conoció y entrevistó durante años- otro personaje fascinante en su extrema oscuridad: expeditivo, violento, inteligente, obsesivo, alcohólico, adicto a todo tipo de substancias, corrupto y romántico. El alter ego perfecto de Ellroy y protagonista prototípico de sus novelas: capaz de encontrar la redención en el asesinato y la paz entre las piernas de una mujer o en el fumadero de opio de Kwan.
La narración avanza de forma inmisericorde: una escritura alucinada, demente y frenética que no da tregua al lector. Los personajes de Ellroy parecen vivir en un estado de vigilia perpetua, alimentados a base de alcohol y propulsados por las drogas en su siempre obsesiva investigación, que hace del crimen y de la depravación una obsesión catártica y voyerística de lo más pútrido e infame del alma humana. Y de esa manera el lector queda atrapado en ese universo tan personal y mítico que sin embargo se siente real. Las decenas de lugares que Ellroy nos presenta con maníaca precisión es inabarcable: tugurios, casas de citas, clínicas de desintoxicación regentadas por eugenistas, estudios de cine clandestinos, salas de tormento de la policía, hoteles de lujo plagados de micrófonos... Perderse en una novela de Ellroy es como trasladarse a un tiempo y lugar que podemos sentir en nuestras carnes y que es tan opresivo como subyugante. Y a todo esto solo queda añadirle el virtuosismo con el que Ellroy emplea el argot callejero de esa época y que acaba siendo otra de las columnas vertebrales de ese Los Ángeles imaginado y fantaseado por su autor. Un lugar literario de una fuerza cautivadora, sin ningún atisbo de duda el gran protagonista de todas sus novelas y a fin de cuentas su gran obra maestra y testamento. Un Los Ángeles que quizás nunca existió pero en el que Ellroy se pierde -y nos pierde- con una melancolía masoquista y obsesiva.
En fin, creo que este texto ha sido más un homenaje a uno de mis escritores preferidos que una crítica propiamente dicha de su última novela. Pero qué puedo añadir, hablar de James Ellroy es predicar a los conversos, quién sea acólito de su culto no necesita más y quien no lo sea nunca lo entenderá. Espero con ansias el próximo caso de Freddy Otash que, o mucho me equivoco, o nos llevará a visitar el 10050 de Cielo Drive...