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El amanecer despliega su luz pálida sobre Daggerford cuando la Compañía del Unicornio abandona la posada. El aire es fresco y limpio, con un leve aroma a tierra húmeda tras el rocío nocturno. Los cascos de las monturas resuenan contra los adoquines mientras el grupo atraviesa las calles aún adormecidas de la ciudad, donde solo unos pocos madrugadores empiezan a abrir sus puestos.
A medida que avanzan hacia las afueras, las casas dan paso a terrenos más abiertos, y pronto la mansión de los Vaeltharyn emerge en la distancia. No es la más ostentosa de Daggerford, pero posee una presencia inconfundible, como un secreto antiguo guardado en piedra. Los muros de piedra gris, cubiertos de enredaderas, se alzan con sobria elegancia, y sus jardines, aunque bien cuidados, exhiben plantas de especies poco comunes, insinuando un conocimiento arcano que va más allá de la simple horticultura.
Es la torre, sin embargo, lo que realmente roba la atención. Aún más lejos, recortada contra el límite del bosque Ardeep, su silueta oscura se alza con una presencia que parece desafiar el amanecer. Imponente y solitaria, vigila el bosque y la mansión como un centinela de otro tiempo.
El grupo no se detiene. Con un último vistazo a la mansión y su torre en la lejanía, siguen su camino hacia Secomber, adentrándose en la senda que se extiende entre colinas y llanuras. No saben si lo que buscan está a la vuelta de la esquina o a dos días de viaje. Pero la única forma de averiguarlo es seguir avanzando.
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El sol desciende lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados y carmesí mientras la Compañía del Unicornio avanza por el camino. Las sombras de los árboles se alargan sobre la senda de tierra, y el aire se vuelve más fresco con la proximidad de la espesura.
Pizz, montado con ligereza sobre una montura que comparte con Rachel, se mantiene un poco por delante, su pequeña figura encorvada en actitud vigilante. Rossy, su urraca, planea sobre él, cortando el aire con aleteos suaves mientras sus ojos oscuros recorren el sendero desde las alturas.
De repente, algo llama la atención del goblin. En el suelo, entre guijarros y polvo, sobresale un trozo de madera astillada. Pizz salta de su montura con agilidad y se agacha para examinarlo, frotando la superficie con los dedos. Es una parte de una rueda quebrada, rota con violencia. Las marcas delatan que no lleva demasiado tiempo ahí.
Antes de que pueda llamar la atención del grupo, Rossy emite un graznido agudo desde las alturas. Pizz alza la vista y la ve girar en círculos sobre un punto más adelante en el sendero, donde la senda se estrecha y se adentra en la espesura.
El goblin entrecierra los ojos. Algo se esconde más adelante. Y lo está esperando.