Todos menos Bailey y quien se quede con Milly en la carreta.
La noche es serena, con una brisa suave que trae consigo el olor de la madera quemándose en las chimeneas cercanas. Al cruzar el umbral de la taberna, el grupo es recibido por un espacio cálido, iluminado por lámparas de aceite que proyectan sombras danzantes sobre las paredes de madera oscura. El bullicio habitual de conversaciones y risas se apaga gradualmente cuando los recién llegados llaman la atención de los presentes.
En un rincón apartado, una mesa destaca. Una mujer de cabellos dorados y porte elegante mantiene una postura erguida, su mirada fija y serena mientras habla con voz tranquila pero firme. Frente a ella, otra mujer, de sonrisa calculada y ojos que parecen escudriñar cada rincón, juega con el borde de su copa, girándola distraídamente mientras responde con una calma afilada.
Entre ambas, un elfo de piel oscura observa el intercambio con una sonrisa apenas perceptible, como si calculara el impacto de cada palabra. De pie, detrás de la mujer de cabello dorado, una figura alta y extraña, de piel grisácea vigila la sala. Su cabello blanco cae hasta los hombros, y sus ojos dorados, brillantes incluso en la penumbra, recorren a los recién llegados con una intensidad que hace que el ambiente se sienta más pesado.
A un lado de la mesa, una joven de cabello oscuro y mirada astuta, vestida con ropa práctica pero cuidadosamente elegida, se inclina hacia la mujer de sonrisa calculada. Observa al grupo con un interés evidente, su atención centrada en una figura en particular. Su expresión es la de alguien que guarda secretos, pero que disfruta de saber más que los demás.
El silencio se rompe cuando una mujer sale corriendo desde la barra. Sus ojos brillan, y su voz se alza con júbilo: "¡Joven señor!" exclama mientras se acerca apresurada a Percy.
Lo agarra de las manos, sus palabras atropelladas mientras lo agasaja con una mezcla de incredulidad y alegría.
"No puedo creerlo. ¡Nos tenías tan preocupados! Tu padre estará encantado de saber que has vuelto."
El joven retrocede ligeramente, desconcertado por la intensidad de la mujer. Su sonrisa es tensa, y sus ojos se desvían con incomodidad.
"Eh... gracias, "responde, intentando no sonar grosero.
La posadera, ajena a su confusión, gira hacia la barra y llama a su esposo, anunciando la llegada con entusiasmo. Mientras lo hace, los murmullos crecen entre los clientes, que ahora miran al joven con una mezcla de respeto y curiosidad.
En la mesa apartada, la mujer que sostiene la copa alza una ceja, evaluando la escena con interés renovado. La mujer de cabello dorado lanza una mirada breve hacia el grupo, su expresión tranquila pero alerta. La figura de cabello blanco mantiene los ojos dorados fijos en los recién llegados, mientras la joven de mirada astuta, con una sonrisa apenas perceptible, susurra algo al oído de su señora.
El ambiente, aunque cálido, se siente tenso, como si algo estuviera a punto de desatarse.
La mujer de mirada astuta se levanta de la mesa con una fluidez casi felina. Su cabello negro brilla bajo la luz de las lámparas de aceite, cayendo en suaves ondas que enmarcan su rostro semielfo de pómulos marcados y ojos profundos.
Mientras cruza la taberna, sus andares, confiados, atraen miradas curiosas. Se acerca al grupo con una sonrisa ladeada que no se refleja en sus ojos, claramente disfrutando de la incomodidad que genera.
Thorian, al percibir su presencia, deja escapar un suspiro casi inaudible y pone los ojos en blanco, como si ya anticipara lo que iba a venir.
“Vaya, si es el pájaro de mal agüero de Thorian en persona”, dice la semielfa con una voz suave pero cargadp de ironía, dirigiéndose directamente al bardo. Su tono está más cerca de una burla bien ensayada que de un saludo genuino. “¿Qué te trae a Daggerford, y nada menos que acompañado del heredero perdido de los Longbottom? Esperábamos a Zhaus y al resto de su grupo”
Mientras habla, sus ojos se desvían hacia Percy, quien está rodeado por la pareja de posaderos y algunos parroquianos. La esposa apenas puede contener su alegría mientras agasaja tanto a Percy como a Timo, que parece incómoda con tanta atención. El ambiente está cargado de emociones: orgullo, asombro y confusión a partes iguales.
La mirada de la semielfa vuelve a posarse en Thorian, expectante, como si disfrutara del juego de palabras afiladas.
“Zhaus y su gente están muertos. Trolls”, suelta Thorian sin rodeos, la crudeza de su tono cortando el aire como un filo de acero.
Por un instante, una sombra de asombro atraviesa los ojos de la semielfa, rompiendo brevemente su fachada de control. “¿Y Kameron?”, pregunta, su voz más baja, casi temerosa de la respuesta.
“Kameron también, Celyne”, responde Thorian con la misma frialdad.
Una chispa de tristeza oscurece los ojos de Celyne, apenas un parpadeo antes de que lo oculte con una sonrisa irónica. “Veo que algunas cosas no cambian. Sigues atrayendo a la gente hacia ti con ese magnetismo de buscavidas, y siguen muriendo mientras tú... sigues en pie.”
“Eso parece.” Thorian sostiene su mirada, firme pero sin rastro de arrepentimiento. “Pero no estamos aquí para que me culpes por lo que no supe evitar.”
Se vuelve hacia los demás, su gesto aliviando ligeramente la tensión que flotaba en el aire. “Estos son mis compañeros ahora, y pienso asegurarme de que vivan mucho tiempo.” Luego, con un movimiento tranquilo, señala hacia la mesa que la semielfa había dejado atrás. “Celyne, la mano derecha de Lady Morwen, gobernadora y señora de estas tierras.”