Rachel, Ronan y Elijah
Los posaderos no pierden tiempo. Percy es prácticamente arrastrado hacia una mesa central, su rostro atrapado en el agasajo constante. El joven apenas logra articular un par de sílabas antes de ser acomodado en una silla de madera robusta, la superficie desgastada por los años.
A su lado, Timo se acomoda sin ceremonia, claramente más interesada en mantenerse cerca de Percy que en la atención desbordante que el heredero recibe. La niña observa con ojos agudos los movimientos de los posaderos, como si midiera cada gesto.
Percy, inquieto, recorre la sala con la mirada, buscando a Vaughn y Elijah entre el bullicio, un ruego silencioso pidiendo su compañía en esta inesperada recepción. La expresión de sus ojos deja claro que no está acostumbrado a ser el centro de tanta atención y necesita la familiaridad de sus compañeros.
Primrose, algo cohibida ante el ambiente ruidoso, se acerca a la mesa con pasos inseguros pero decididos. Se acomoda en una silla con las manos apoyadas en el regazo, sus movimientos simples y sin adornos, como si tratara de no llamar demasiado la atención.
Finalmente, todos se reúnen alrededor de la mesa. Los posaderos, encantados, no escatiman en esfuerzos para atenderlos, mientras los parroquianos observan con curiosidad.
Celyne se despide de Thorian, Rachel y Ronan con una inclinación de cabeza que parece más un gesto calculado que una muestra de cortesía.
“Si estáis interesados en el trabajo de Zhaus, estoy dispuesta a pagar el precio acordado”, dice, su tono ligero pero cargado de significado. Luego, su mirada se fija en Thorian por un instante más largo. “Pensaoslo con discreción. Ya sabes dónde encontrarme si decidís aceptar.”
Sin esperar respuesta, se gira con la elegancia de alguien acostumbrada a controlar la situación y regresa a la mesa del fondo. Lady Morwen no les presta la más mínima atención, concentrada en su copa. En cambio, el elfo oscuro, sentado tranquilamente a su lado, les sigue con la mirada, sus labios curvándose en una sonrisa enigmática que no promete nada bueno.
Percy, visiblemente incómodo bajo la atención que le rodea, alza la mano en un gesto que busca calma y autoridad. Con voz algo insegura al principio, pero ganando firmeza mientras habla, dice:
“Escuchad, una de mis amigas está gravemente enferma. Necesitamos alojarla junto a toda nuestra compañía... con discreción.”
El posadero, que hasta entonces había mostrado un entusiasmo casi excesivo, frunce el ceño con curiosidad y preocupación. “¿Qué tiene, joven señor?”, pregunta, cruzando los brazos mientras su mirada se fija en Percy con expectación.
Percy duda por un instante, claramente sin saber qué responder, antes de improvisar: “Estaba bien y, bueno, luego ya no. Algo... algo mágico, probablemente.”
El gesto del posadero se endurece al escuchar la palabra mágico. Murmura para sí, lo suficientemente alto como para que Percy lo escuche: “La magia nunca trae nada bueno.” Sin embargo, la deferencia hacia el heredero parece superar su desconfianza. Tras un breve silencio, asiente con resignación.
“Si lo pide el joven señor, me encargaré de que la suban a una de las habitaciones. Y con discreción, como ha dicho.”
Su tono sugiere que no está completamente cómodo con la situación, pero la promesa es clara. Sin más, hace un gesto a uno de los empleados para que siga sus órdenes.