Elijah y Pizz
Puerto de Daggerford
Mañana
Elijah y Pizz, aún tambaleándose ligeramente por los efectos de la noche anterior, deciden buscar trabajos de un día en el puerto para ganarse unas monedas. La actividad ya está en pleno apogeo: hombres cargan cajas llenas de redes y herramientas, mientras otros aseguran barriles de pescado salado bajo las órdenes de capitanes gruñones.
“¿Necesitáis manos extra?” pregunta Elijah con voz ronca al primer grupo que encuentra, tratando de proyectar seguridad.
Los marineros lo miran de arriba abajo, deteniéndose un segundo más en Pizz, cuyo aspecto no mejora con el sol matutino. “No,” responde uno de ellos, seco y directo, antes de volverse hacia su trabajo.
Pizz, sin desanimarse, aborda a otro grupo. “¿Trabajo? ¡Manos rápidas y mucha fuerza goblin GOBLIN!” dice con entusiasmo.
Las risas que recibe a cambio no son precisamente alentadoras. “Ni regalado, pequeño,” dice uno, sacudiendo la cabeza.
Tras varias negativas y miradas de desconfianza, los dos empiezan a desesperarse. Justo cuando están considerando rendirse, un hombre rechoncho con una barba enmarañada y un delantal manchado de vísceras los detiene.
“¿Buscáis trabajo?” gruñe, señalándolos con una mano oronda.
Elijah asiente rápidamente. “Lo que sea.”
El hombre les observa con una mezcla de incredulidad y malicia antes de señalar hacia un barco pesquero cercano. “Subid. Necesito que limpiéis la sentina. Y no os quejéis, que os pagaré bien... si aguantáis.”
Elijah y Pizz son conducidos a la parte más baja del barco, donde el aire es sofocante y el hedor se siente como un puñetazo en el estómago. La sentina, una zona destinada a recoger los desechos y el agua acumulada, está llena de restos de pescado podrido, tripas que flotan en un líquido marrón y un número inquietante de ratas que parecen muy cómodas en su entorno.
“Sacad todo eso, fregadlo y no volváis a subir hasta que huela mejor que las tetas de una virgen,” les dice el hombre antes de cerrar la trampilla, dejando a los dos en la penumbra.
Pizz, con su característico entusiasmo, trata de verlo como una aventura. “¡Esto no es tan malo! Solo hay que limpiar un poco, ¡y listo! ¡LISTO!” dice mientras toma un balde. Pero al primer contacto con el agua, un chorro de líquido nauseabundo salpica su cara.
Elijah, tapándose la nariz con un trozo de tela, no puede evitar soltar una maldición. “Esto es peor que las cloacas de Innisport.”
El trabajo no mejora. Cada cubo que sacan está cargado de desechos y el suelo resbaladizo hace que ambos terminen más de una vez cubiertos del repugnante líquido. Las ratas, por su parte, no parecen dispuestas a abandonar su hogar sin dar pelea.
En un momento, Pizz intenta mover un barril atascado en una esquina. Al lograrlo, una ráfaga de aire contenida por años de putrefacción lo golpea de lleno. “¡Esto es peor que la bofetada de aquella pescadera¡ ¡PEOR!” grita mientras retrocede, pero no sin antes tropezar y caer de espaldas en el charco más profundo.
Tras horas de esfuerzo y varias arcadas contenidas, el suelo comienza a verse más limpio y el olor, aunque sigue siendo terrible, es al menos soportable. Exhaustos, Elijah y Pizz suben a cubierta con la ropa hecha un desastre y el orgullo enterrado en el fondo de la sentina.
El hombre rechoncho los recibe con una risa estruendosa. “¡Vaya! No creí que aguantarais. Aquí tenéis, os habéis ganado esto.” Les lanza unas monedas de cobre, que Elijah atrapa al vuelo, mientras Pizz intenta limpiarse sin mucho éxito.
“Y ahora, aire," añade el hombre, riéndose junto al resto de su tripulación.
Habéis obtenido ocho monedas de cobre.