María y Rachel recorren las calles adoquinadas del barrio comercial, donde los escaparates relucen con todo tipo de curiosidades. Finalmente, llegan a la tienda de Kael, un lugar con un aire misterioso, adornado con lámparas de luz tenue y vitrinas llenas de objetos que parecen murmurar secretos desde su interior.
Tras empujar la puerta, un suave tintineo anuncia su llegada. Detrás del mostrador, no está Kael, sino una jovencita flaca y de piel azulada con un largo cabello blanco que cae en mechones desordenados. Es una genasi del agua, y su actitud es tan desconcertante como su aspecto; habla con un tono arrastrado, como si estuviera perpetuamente a medio camino entre el sueño y la realidad.
“Kael no está,” dice con voz suave, sin mirarlas directamente. “Pero podéis mirar lo que queráis. Todo aquí tiene... su historia.”
María y Rachel examinan la tienda. Entre los objetos hay un anillo que parece emanar un leve resplandor, una daga con un grabado intrincado que recuerda a las olas del mar y un bastón que parece estar hecho de coral petrificado. Cada pieza tiene un aire único, casi como si las observase de vuelta.
Cuando salen, un vendedor ambulante que ofrece talismanes y pequeños amuletos de madera les llama la atención. “¿Habéis estado en la tienda de Kael?” pregunta, con una sonrisa que no llega a manifestarse en sus ojos.
Rachel asiente, algo intrigada. “Sí, ¿por qué?”
El hombre se acerca un poco más, bajando la voz como si estuviera compartiendo un secreto. “Tened cuidado con lo que compráis ahí. Se dice que Kael no es de Daggerford. Llegó hace unos años con una fortuna considerable y un pasado que no parece compartir con nadie. Su tienda es un éxito, pero hay quien asegura haber visto entrar a gente encapuchada a altas horas de la noche, cuando las calles están desiertas. No son compradores habituales, eso seguro, y rara vez se quedan mucho tiempo. Algunos creen que esos encuentros no son simples negocios, y que Kael podría tener vínculos con organizaciones que prefieren operar lejos de la vista del público.”
María inclina la cabeza ligeramente, escuchando con atención. Rachel, por su parte, cruza los brazos. “¿Y qué clase de organizaciones serían esas?”
El vendedor se encoge de hombros, pero sus ojos brillan con una complicidad más evidente. Baja la voz y mira a su alrededor antes de continuar.
"Solo digo que, de Amn a Aguasprofundas, las sombras suelen ser más largas de lo que parecen... especialmente cuando es la Red Negra quien la proyecta.”
Mientras Rachel y María visitan el templo de Sune, se adentran en un espacio lleno de esplendor: espejos dorados, flores frescas en cada rincón y el aroma de incienso floral flotando en el aire. Entre los murmullos de los devotos, una conversación cercana llama su atención.
“¿Has estado en el templo de Lathander últimamente?” pregunta una mujer vestida con una túnica carmesí.
“¿Lathander?” responde otra, alisándose el cabello frente a un espejo. “No desde que el sacerdote antiguo desapareció. El nuevo no tiene la fuerza de carácter que tenía aquel.”
La primera mujer asiente con un suspiro dramático. “Algunos dicen que se ha rendido ante la emergencia de... otros cultos. No quiero señalar, pero esas sombras que se extienden últimamente no son cosa del amanecer, si entiendes a qué me refiero.”
La segunda baja la voz, mirando alrededor como si temiera ser escuchada. “Dicen que no se enfrenta a nada. Que su luz se está apagando.”
El intercambio termina con ambas mujeres ajustándose sus túnicas con gestos elegantes antes de retirarse, dejando a María y Rachel con una sensación de inquietud mientras observan los reflejos brillando a su alrededor.
María y Rachel llegan al templo de Lathander, al preguntar por el sacerdote, un aprendiz les informa que el padre Lothar está ocupado con asuntos importantes, pero ofrece que los acompañen a un área donde los aprendices suelen estudiar.
Los jóvenes, un elfo de expresión calmada y una humana de mirada inquieta, las guían hasta una sección tranquila junto a unas vidrieras representado avellanos y almendros en las distintas etapas de su vida. Allí, sentados en bancos decorados con tallas de hojas, explican algunos detalles del templo. El elfo, que se presenta como Aethan, habla sobre la importancia del amanecer en las ceremonias y los rituales de purificación. “Todo aquí gira en torno a la renovación. Incluso los más perdidos pueden encontrar un nuevo comienzo bajo la luz de Lathander.”
La humana, llamada Lenya, añade, aunque con un tono más inseguro: “Antes, con el padre Cassian, la congregación era... más firme en su propósito. El padre Lothar... bueno, es diferente.” Su voz titubea, y Rachel capta un atisbo de preocupación en sus palabras.
Cuando Rachel menciona a Milly y su estado, Lenya baja la mirada, apretando las manos contra su regazo. “Lathander siempre busca purificar...” comienza, pero su voz se apaga.
“Lenya,” interviene Aethan con suavidad, colocando una mano en su hombro. “El padre Lothar tomará la mejor decisión. Su luz no permite que las sombras persistan.”
Rachel no se deja convencer fácilmente. “Pareces nerviosa. ¿Hay algo que no nos estés diciendo?”
Lenya abre la boca, como si estuviera a punto de responder, pero Aethan la interrumpe de nuevo, su tono más firme aunque educado. “Nuestra tarea no es cuestionar, sino servir. Si Lathander os ha guiado hasta aquí, confiad en que su juicio será el correcto.”
La tensión en Lenya es palpable mientras se levanta rápidamente. Aethan, más compuesto, las escolta cortésmente hacia la salida. “Por favor, regresad al amanecer, cuando las ceremonias estén en su esplendor.”
Antes de salir, Rachel percibe una última mirada de Lenya, cargada de algo más profundo: miedo, impotencia o quizás la urgencia de decirles algo que no puede. Pero la joven baja la vista, y la puerta del templo se cierra tras ellas.