Rachel, María, Elijah y Pizz
Lothar les abre la puerta con gesto hosco, sus ojos marcados por la falta de sueño y la frustración evidente. Su sotana está ligeramente arrugada, y sus manos descansan tensas en el marco de la entrada, como si retenerlos allí un momento más fuera su último recurso para convencerles.
“¿Queréis llevárosla?” dice con un tono cargado de cansancio y resignación. “Hacedlo, entonces. Pero su cuerpo no aguantará. Estáis quitándole la única oportunidad de sanar su alma, de recibir la gracia de Lathander y llegar al lugar que le corresponde en el Más Allá.”
Hace una pausa, su mirada fija en cada uno de ellos, buscando alguna chispa de duda. “¿Sabéis lo que significa eso, verdad? Nada de Arvandor, ni de los campos de Ysgard, ni del abrazo eterno de un dios benevolente. ¿Queréis condenarla a vagar como una sombra, una chispa perdida en la Nada? Porque eso es lo que estáis eligiendo ahora.”
Su voz se quiebra apenas, y desvía la mirada hacia el suelo antes de recuperarse. Con un suspiro profundo, sacude la cabeza.
“Solo espero,” continúa, su tono endureciéndose, “que no os hayáis dejado convencer por la serpiente en el árbol que anida en esta ciudad corrupta. Ya sabéis de quién hablo. Sus palabras son dulces, pero envenenan. No os equivoquéis: lo que hacéis no es por su bien, sino por un deseo egoísta. Y cuando llegue el momento de rendir cuentas, las consecuencias no serán solo para ella.”
Lothar da un paso atrás, dejándoles un espacio para pasar, pero no sin lanzarles una última mirada cargada de reproche. “Id, pues. Pero recordad mis palabras cuando os enfrentéis a lo que habéis elegido.”
Se aparta con un gesto brusco, dejando que el silencio y el eco de sus palabras llenen el pasillo.