"No te preocupes por Arwin. Mañana nos iremos de ésta ciudad, muy lejos. Será todo como un mal sueño."
"Mmmmhhh..." Bailey aprieta el abrazo por un momento en forma de asentimiento.
"No me gusta arrastrarme, ¿pero qué puedo hacer? No tengo poder arcano, y nadie se fija en mí... y tú en cambio, has conocido los lugares arcanos de la ciudad en dos días... me hace sentir absolutamente miserable."
"No seas tonta. Es sólo que has tenido mala suerte aquí, y quizá los magos sean algo tacaños a la hora de compartir lo que saben. A ver si tenemos suerte y en la biblioteca encontramos algo que te ayude."
"La torre de Arwin es de piedra, y su interior de mármol oscuro. Nada de blanco como el marfil. El mapa de Roderick decía que los Longbottom son una colmena, que se basan su poder en las relaciones sociales. En sangre... La flor de oro podría ser su riqueza. O su aspecto. ¿Son rubios?"
"Sí, lo son." Bailey suspira, hastiada ya de tanta profecía. "No tengo ganas de ponerme a buscar flores, la verdad. Y tampoco sé si tendremos tiempo."
DE VUELTA EN DAGGERFORD
Efectivamente, no iban a tener tiempo.
El ambiente estaba muy enrarecido. Bailey no sabía gran cosa del Puño Llameante, pero por lo poco que había escuchado cuando paseaba por Daggerford, y sabiendo que venían inquisidores a buscar a seguidores de Vecna... lo cual casualmente incluía a María... estaba claro que podían ser un peligro. King era un animal maravilloso, pero destacaba horrores. Así que ahora, Bailey se hacía una pregunta básica: ¿callejones, o calles? Ir por los callejones era lo que uno haría si quería pasar desapercibido, pero si se encontraban de bruces con estos soldados era mucho más probable los interrogaran. Mientras se movieran por las calles principales, a la vista, es verdad que eran fáciles de ver... pero no parecían tener ganas de hacer preguntas que pudieran llevar a pelear con un huargo gigante, un perro, un tipo enmascarado con dos espadas, una amazona, y una chica con ropas raras.
¿No era eso lo que llamaban refugiarse en la audacia? De momento les servía. Y si dejaba de servirles, era más fácil cabalgar a campo abierto que por callejuelas estrechas. En realidad, el tamaño de King decidía por ellos.
"Deberíamos entregar la carta cuanto antes. No podemos permitir que la reputación de envíos El Huargo Feliz caiga por unos contratiempos. Venga, con el dinero nos tomaremos una cerveza bien fría en alguna posada en buena compañía."
Bailey pestañea, algo confundida por las palabras de María... pero luego se pone a pensarlo, y al fin sonríe de forma ladina, tocándose el mentón con los dedos. "Ni la nieve, ni la lluvia, ni el calor o la oscuridad de la noche evitarán que estos mensajeros completen con rapidez sus rondas asignadas."
Cómo había llegado la joven atleta de Innisport a memorizar el lema del Servicio Sostal de los Estados Unidos era un misterio hasta para ella misma. Probablemente porque había visto alguna vez aquella película de Kevin Costner sobre carteros. Lo cierto era que, pensándolo bien, trabajar de mensajeros parecía hasta más seguro que hacer de mercenarios, incluso si los viajes podían ser igual de peligrosos. Y menos humillante que hacer de feriantes. Bailey empieza a fantasear con la idea bastante en serio mientras empieza a buscar la entrada secreta al Callejón de las Linternas.