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Si queréis una aventura de verdad, de papel y lapiz, de sentiros como si fuerais un arqueólogo de ficción explorando un mundo ignoto, de tener que entender realmente -no puzles para subnormales, sino de verdad atar hilos, ir hacia atrás, comprender por el texto y el arte de los escenarios- lo que pasó, lo que está pasando y lo que va a pasar, de estar en el trabajo y no poder concentrarte porque hay un puzle que tienes ahí ahí pero te falta algo, de tener que, de verdad, entender las costumbres que un pueblo tenía hace milenios para ser capaz de interpretar sus acciones de formas que no son evidentes en un principio, a qué deidades profesaban culto, etcétera, etcétera. Quien quiera todo eso, y no una absurda discusión conmigo por el mero hecho de ser yo quien lo recomienda, que no se lo piense dos veces y juegue La-Mulana. No existe nada en el mundo de los metroidvania -ni de los videojuegos- que ofrezca este nivel de inmersión.
Quien muera sin haber jugado La-Mulana no tendrá ni puta idea de lo que un videojuego es capaz de hacer, y creerá, dentro de 60 años, que lo ha descubierto en un exclusivo de mierda de Sony pese a que lleva existiendo desde el 2006. Es imposible hablar de videojuegos sin haber jugado esto, como es imposible hablar de literatura sin haber leído el Quijote.