Todos menos Ronan y Milly

El chamán se detiene en seco. Por un instante, el bosque parece contener la respiración. Parpadea por primera vez, lento, como si el gesto le costara siglos. Luego gira la cabeza hacia María, con la expresión de quien no está del todo seguro de haber comprendido lo que ha oído en su cuchicheo.
"¿Detritus?"
La palabra, áspera, queda flotando en el aire. Hace una pausa breve. Entonces, con la gravedad de un anciano de otro tiempo —aunque cubierto de musgo hasta las pantorrillas—, responde:
"No cultivo orcos. Ni cebollas."
Y se da media vuelta con un ademán seco, casi teatral, como quien espanta una idea desagradable con la dignidad dolida de un viejo roble.
Tras escucahar a Elijah, el chamán permanece inmóvil unos segundos. Luego vuelve a oler el aire, pero esta vez más cerca de Elijah. Sus ojos, opacos y húmedos, se estrechan ligeramente.
"No me mintáis, muchacho. El bosque no tiene oído… pero sí memoria. Y no olvida las promesas huecas."
Hace un leve gesto con la cabeza hacia el lado izquierdo del claro.
"Ahí."
Se ve un montículo cubierto de piedras, dispuestas en círculo, con musgo entre las grietas. Entre dos de ellas hay una pequeña reja de hierro oxidado, semicubierta por hojas. De su interior, débil pero insistente, se escucha una voz desgastada:
"Hola…? ¿Hay alguien? ¡Sacadme de aquí, por favor! ¡Os lo ruego…!"
El chamán no se inmuta. Solo añade, mientras se aleja unos pasos:
"Si lo sacáis… que su sombra no os siga. No todas están hechas de luz."