Todos
La Compañía del Unicornio llega a la celda de Rynne.
Del lugar solo queda el esqueleto calcinado de lo que fue.
Todo ha ardido. Todo.
Donde antes había madera, mantas, libros, frascos de aceites y figuras sagradas, ahora sólo quedan piedras ennegrecidas, retorcidas por el calor, y objetos metálicos medio fundidos, irreconocibles.
La estructura ha cedido casi por completo.
Ni paredes.
Ni altar.
Ni rastro del cuerpo de Rynne.
Solo ceniza esparcida, tan fina que se disuelve al pisarla.
El fuego lo devoró todo.
Y sin embargo, el mundo alrededor parece ajeno al desastre.
El cementerio está en calma.
El sol, ya bajo, cuelga del cielo como una moneda vieja, y su luz roza las lápidas con una calma que casi parece compasiva. La brisa es suave, el aire huele a tierra fresca. Y donde antes había cadáveres alzados por voluntad ajena, no queda nada.
Ni cuerpos.
Ni huesos.
Ni siquiera la impresión de haber estado allí.
Los muertos, libres al fin, se han deshecho como polvo antiguo, tras la caída de su amo bajo el filo de Lacrimosa.
Solo el silencio permanece.
Y un atardecer que parece pedir perdón.