Rachel
Cleta se detiene en seco. No se gira aún. Solo alza un poco la barbilla, como si la pregunta le hubiera removido algo que llevaba demasiado tiempo dormido, como una marioneta olvidada en el desván del tiempo.
Brizna, junto al ventanal, se apoya con lentitud en el marco. Mira hacia fuera, donde la niebla se arrastra como un telón a medio bajar.
"El guión…", dice—. "El guión no lo escribe nadie."
"El guión... se reveló. Hace tanto que ya no se recuerda si fue cantado, dibujado en corteza de haya o simplemente soñado por un niño que ya no existe."
"Mucho antes de esta casa", añade—. "Antes incluso de que las palabras fueran rectas. Cuando las cosas se decían danzando."
Cleta habla ahora, sin girarse.
"Dicen que empezó con una historia muy vieja. Una de esas que ya no se saben si son ciertas o si se contaron tantas veces que se hicieron verdad. Hubo una vez tres hermanos: Espinocho, el atrevido; Cardaluz, la sabihonda; y Zarzandino, que nunca supo si reía o lloraba. No eran de sangre, sino de savia y aliento."
"Espinocho se burló", continúa—. "Hizo juegos con las palabras sagradas. Cambió el final de los cuentos santos. Escenificó tragedias como si fueran farsas. Y sus hermanos… le rieron las gracias."
Hace una pausa. La luz parpadea sin causa aparente. O tal vez sí.
Brizna murmura, sin alterar el tono:
"Y como hacen los traviesos cuando no miden de quién se burlan, se rieron ante los ojos del que no olvida. El que guarda los principios y los cierres. El que no tolera que le cambien la rima. El que castiga con historia."
Cleta se gira al fin. Hay algo antiguo en su rostro ahora. No más arrugas, pero sí más sombras.
"Dicen que ese ser... ese dios o espíritu o Voz sin boca, no gritó. No castigó como lo hacen los hombres.
Solo dijo:
Entonces que vivan en la historia.
No como autores… como partes.”
"Y así comenzó la obra," dice Brizna.
"No la representación.
La obra.
La que no empieza.
La que no acaba.
La que solo espera ser dicha bien… una sola vez."
Cleta baja la mirada, como si recordara algo que aún duele.
"Desde entonces, los papeles existen. Y siempre son ocho."
Brizna se gira por fin hacia Rachel.
"Creeréis que los elegís. Y lo haréis. Os sentaréis esta noche y diréis: 'Tú serás esto, yo seré aquello.' Pero el reparto…
el reparto os precede."
"Y si os equivocáis, no será porque mintáis ," añade Cleta.
"Será porque el papel os recordará que aún no sois dignos de él.. Y entonces, la función seguirá… pero vosotros ya no tendréis voz."
Hace una pausa, más fría.
"Algunos, cuando fallan, siguen en la historia.
Pero no como héroes.
Ni como traidores.
Ni siquiera como bufones.
Se quedan como matorrales en la esquina del escenario.
Como gallinas que entran a mitad de escena y salen sin aplauso.
Como árboles que jamás dan sombra ni fruto."
Cleta se acerca despacio a la mesa. Deja una vela encendida. Nadie la ha visto encenderla. Ni siquiera ella.
"Así que jugad. Habladlo. Decidlo si eso os da consuelo. Pero Zopilote solo se dejará montar si el reparto es justo. Y si la historia lo permite."
Brizna se cruza de brazos.
"Y si no..."
Silencio.
Desde el fondo del establo, Zopilote golpea el suelo una sola vez.