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(Tirada de Suerte y Sigilo)
Todos
La noche transcurre sin mayores contratiempos. A lo lejos, se oye el gruñido grave de un oso lechuza y el aullido de algún lobo solitario, pero nada se acerca. Los sonidos del bosque parecen formar parte de su rutina, ajenos a los viajeros que descansan entre sus árboles. No hay señales de los enemigos. Ni pasos, ni ecos, ni sombras sospechosas.
Amanece, que no es poco.
El cielo se tiñe de azul pálido y oro suave, y el grupo recoge sus cosas con la torpeza del sueño aún en los ojos. Desayunan algo ligero, repasan el equipo y, al poco, se ponen en marcha de nuevo, siguiendo el curso del arroyo del unicornio hacia el norte, con la esperanza de que el día sea amable.
El grupo avanza entre ramas y cantos de mirlos hasta que el arroyo del unicornio se ensancha y forma un pequeño vado de aguas claras. Allí, al otro lado del cauce, aparecen cuatro figuras caminando con paso apresurado pero contenido. Visten túnicas polvorientas, llevan bastones adornados con cintas y ramas, y los pies cubiertos de vendas. Al ver al grupo, uno de ellos alza la mano en señal de saludo, pero es un gesto rápido, casi ansioso.
"Paz, viajeros. Venimos de Secomber", dice una mujer de rostro enjuto, con la capucha caída sobre la espalda—."Nos dirigimos a Loudwater, al cementerio sagrado. La ruta es larga... y cada vez más inquietante."
Uno de los hombres, joven, con barba rala y mirada huidiza, añade:
"Somos solo la avanzadilla. Más peregrinos vienen detrás. Una… pequeña procesión. Algunos dicen que es la Santa Compaña, pero eso... eso es solo una forma de hablar," mira hacia el camino como si esperara verlos aparecer entre los árboles.
Otro, más bajo y de nariz aguileña, se adelanta un paso.
"¿Habéis oído algo? De Loudwater. Dicen que los muertos se han... levantado. Que algunos han oído voces entre las lápidas, y pasos por la noche. Nosotros no... no sabemos qué creer."
Mientras habla, el cuarto peregrino, de edad incierta y mirada desvaída, mete la mano dentro de su túnica. Sus dedos tiemblan levemente al acariciar un colgante que no muestra, pero que parece llevar con devoción o miedo.
"Pero hay que llegar," murmura, casi para sí—. "Hay que cruzar antes de que sea tarde."
Una ráfaga de viento mueve sus capas al mismo tiempo, como si una presencia invisible hubiera pasado junto a ellos sin detenerse.