Todos
Rachel tantea la pared con paciencia, dejando que sus dedos sigan el relieve de la piedra hasta encontrar una rendija apenas perceptible al tacto. Entonces, el enorme espejo tiembla. Su superficie se ondula y, entre el temblor de la imagen, surge un rostro.
Una mujer de porte noble, casi regio, con el cabello recogido en un enredo de horquillas doradas que brilla como una corona improvisada. Su piel es pálida, la expresión serena… y a su alrededor, las sombras se mueven despacio, como si respiraran. Detrás de ella, el fondo es un torbellino borroso, una habitación imposible de enfocar.
"Yo, si fuera vosotros", dice con voz templada y un acento extranjero, "no haría eso."
Guarda un silencio breve, y el brillo de sus ojos se intensifica.
"Fuera de estas paredes hay guardias. Gente poco imaginativa, con medios muy eficaces para hacer ruido. Y cuando digo medios, quiero decir más de los que os gustaría comprobar. A ese cretino que se hace llamar barón no le gustan las visitas inesperadas… Y por alguna razón inexplicable, sus guardias comparten la opinión."
El rostro de la mujer se queda un instante en silencio, observándolos con una sonrisa diminuta y calculada. Luego chasquea los dedos —o lo que parece un chasquido, amortiguado por la distancia entre planos— y su imagen se encoge de pronto, deslizándose hasta quedar en un pequeño recuadro en la esquina superior del espejo, como si la magia tuviera protocolo de videollamada.
El resto de la superficie se ilumina. La cámara —si es que puede llamarse así— se desplaza suavemente y muestra una escena distinta: dos guardias sentados frente a lo que parece un bloque de piedra inmenso, flanqueado por dos puertas, una roja y otra azul. Están medio dormidos, apoyados en sus lanzas, y uno de ellos se rasca la oreja, aburrido.
La vista cambia otra vez, alejándose hasta una empalizada de piedra a unos metros de distancia, donde otros dos guardias vigilan desde lo alto. Llevan arcos largos apoyados en la barandilla, y uno sostiene una cuerno de guerra.
La mujer en el recuadro sonríe.
"Ah, mis queridos centinelas…", murmura con una sonrisa que destila afecto y desprecio a partes iguales. "No destacarán por su intelecto, pero tienen una puntería excelente cuando están despiertos. Últimamente se han olvidado de sacarme el polvo, así que digamos que no estoy especialmente interesada en avisarles de vuestra presencia."
Su recuadro parpadea ligeramente, como si el hechizo carraspeara.
"Así que, si no os importa, intentad no darles motivos para practicar. Son gente sensible… ya sabéis, de los que se ofenden con facilidad y lo resuelven intentando empalarte con una lanza."