Todos
Dejan atrás el claro y el eco de la batalla. La manada de Lorne se mueve delante de ellos sin prisa, cruzando el bosque campo a través, abriendo sendas que no existen para los hombres. No hay camino marcado: sólo instinto, olor y memoria. Los lobos avanzan entre helechos y raíces, y el grupo los sigue, atento, cansado, con la sensación constante de estar atravesando un territorio que nunca les perteneció.
Bordean un pequeño lago oculto entre árboles bajos. El agua es oscura, inmóvil, demasiado profunda para su tamaño. Ningún ave se posa en sus orillas. Los lobos lo rodean sin mirarlo, como si supieran que allí no hay nada que deba ser despertado. El grupo hace lo mismo.
Siguen adelante. El bosque empieza a clarear poco a poco, los troncos se separan, el suelo se vuelve más pedregoso. A lo lejos, más allá de las copas de los árboles, se perfila una herida en la tierra: el desfiladero. No es aún una forma definida, sólo una ausencia, una línea de sombra donde el mundo parece haberse partido.
Cuando alcanzan la base del desfiladero, el sol ya está descendiendo. La luz se vuelve oblicua, dorada y cansada, estirando las sombras de los árboles hasta hacerlas parecer demasiado largas. Es entonces cuando los lobos se detienen.
Uno aúlla.
No es un aullido de amenaza, ni de caza. Es una llamada.
Desde el bosque, desde todas las direcciones, otros aullidos responden. Cercanos y lejanos. Graves, agudos, viejos. El bosque entero parece devolver el sonido, como si bajo la corteza y la tierra hubiera algo escuchando.
María
Lorne se adelanta y se acerca a María. Sus ojos amarillentos reflejan los últimos restos de luz del día.
“Los hombres con piel de metal han tomado este camino”, dice con la voz áspera de quien traduce un pensamiento que no pertenece al lenguaje humano. “Intentaremos detenerlos. O, al menos, hacer que lleguen menos. La manada de Lorne no olvida sus promesas, humana de ojos negros como el azabache.”
Todos
Inclina la cabeza, bajándola despacio, en una reverencia que no es sumisión, sino reconocimiento. Luego repite el gesto ante Esclavo y ante King, deteniéndose un segundo más ante cada uno, como si hablara sin palabras a criaturas que entiende mejor que a los hombres.
Después se gira.
La manada se disuelve entre los árboles con la misma naturalidad con la que había aparecido. Uno a uno, los lobos desaparecen en el bosque que vuelve a cerrarse tras ellos.
El sol termina de ponerse.
Frente al grupo queda el desfiladero, oscuro y silencioso, esperando.
