A quien también discriminan es a los altos. En según qué compañías no se puede uno sentar sin que las rodillas choquen contra el frío y duro asiento delantero, por lo que es necesario contorsionarse ortopédicamente para encajarse en ese espacio. Todo ello generando, no sólo perjuicio a uno mismo, sino al pobre diablo del asiento de delante, el cual siente esas dos articulaciones del de atrás clavadas en su riñonada.
Esa es mi tragedia y la de muchos, pobres de nosotros los altos.