Isolee
Bailey
Aunque le cueste un poco, Bailey se controla y escucha hablar a su padre. Para eso están cenando juntos, ¿no? Después de lo que pasó hace nada, la joven tiene que admitir que agradece encontrarse donde se encuentra: sentada a la mesa con su padre y su perro, con una cena deliciosa y un paisaje encantador. Ojalá todas las chicas tuvieran la misma suerte, piensa para sí.
“Todo empezó yendo a visitar a Sophie, ya sabes, la dueña de ‘El rincón de la sabiduría’, la librería cerca del instituto.” Alan hace una pausa, sonriendo con disculpa mientras se pierde en sus recuerdos. “Sophie era amiga de tu madre, las dos formaban parte de un círculo de lectura. Creo que tu profesor, Gray, también estaba. Pero me estoy yendo por las ramas…”
Al tiempo que su padre empieza a cortar su pollo, Bailey hace lo mismo con su porción... aunque no puede evitar mostrar interés por lo que su padre acaba de decir. Carrie era una mujer que, si no podía ver, vivía el doble de vida a través de sus oídos y las yemas de sus dedos. Siempre estaba escuchando música o películas, o leyendo libros en braille. Alguna vez había compartido con Bailey que iba a un club de literatura o algo así... ¡pero Bailey no tenía ni idea de que ese club incluyera al profesor Gray! De repente, Bailey sintió la necesidad de hablar con él, aunque no estaba muy segura sobre qué...
Mientras su padre continúa hablando, la chica rubia come. Con calma, porque la olla mantendrá la comida caliente. Y de nuevo, Bailey ni se molesta en esconder lo contenta que está de oír a su padre describirse a sí mismo yendo a una charla de literatura. Tenía razón: su madre habría querido que viviera su vida, y eso significaba salir de casa y disfrutar de compartir su ser con los demás. Sin embargo, saber que era gracias al profesor Gray definitivamente hizo ganar puntos al profesor en la mente de Bailey. Tendría que darle las gracias... si lograba adelantarse a todas las chicas acosadoras que le iban detrás. Y... ehm... a la señora Richards, a quien Bailey misma había disparado en su dirección.
... uuups.
El caso es que Alan sigue hablando. Hmmmm. Menciona que una chica le dijo algo de un tipo que sonaba a hispano. Er Carlito o algo así. Bueno, fuera quien fuera, parecía que también le había hecho un favor a su padre. Si Bailey descubría quién era, tendría que tener un detalle con ella.
“Es a donde te quería llevar después de visitar a los Doyle,” continúa. “Quería mostrarte ese recuerdo. Hay un árbol, cerca del acantilado. Allí, tu madre y yo escribimos nuestros nombres con una navaja cuando teníamos catorce años. Bajo ese árbol, le prometí que algún día sería digno de pedirle matrimonio. Y durante un breve instante, dijo que podía verme, Bailey. Describió mi rostro, mi ropa, cada nube en el cielo, con una precisión asombrosa. Fue solo un minuto. Ella lo llamó un regalo de Dios. Yo pensé que era la inspiración y la emoción del momento, algo que exageramos con el tiempo, pero…”
Bailey pestañea, su sonrisa tambaleándose por la duda.
“Mi libro trata sobre esa historia. Sobre lo que nos fue robado y si es posible, o incluso recomendable, recuperarlo,” explica con una mirada reflexiva. “Sé que suena confuso. En cuanto le dé forma, te dejaré leerlo. Ya sabes que no suelo hacer esto, pero esta vez, es diferente.”
La duda va aumentando hasta que se hace evidente en el rostro de Bailey. Mientras mastica otro bocado, se lleva la mano a la sien y se la rasca un poco, pensando si debería contarle a su padre lo que pasó al mediodía. Bueno, en realidad no tiene razón para ocultárselo. Pero vaya, qué... coincidencia más curiosa.
"Papá... ehm, bueno, yo estaré encantada de leerlo si me dejas. Pero, escucha, sobre lo de Mamá. Eeehhh... no te lo diría si creyera que no me ibas a creer, pero el caso es... que esta misma mañana... bueno, más bien al mediodía..."
Bailey intenta encontrar las palabras para decirlo, pero... no, un momento. ¿Porqué se está intentando esforzar tanto en cómo decírselo a su padre de una forma creíble? ¡Era su padre! ¡Ya la creía! Y había pasado también por cosas raras, como ella. Bailey niega con la cabeza con entusiasmo, aclarándose las ideas, y mira a su padre a los ojos, con una firmeza poco común. "Papá, este mediodía fuimos María y yo... ah, y Milly, la chica de las coletas, la conociste ayer. El caso es que fuimos a un sitio detrás del insti, junto a la costa, y allí... allí dice María que recuperó la vista. Por un momento, vale, pero el caso es que nos describió a Milly y a mí a la perfección."