Bailey
Bailey se sumerge en las cálidas aguas de su baño, un refugio acogedor en el pequeño mundo de su hogar. Las paredes, adornadas con azulejos que capturan y juegan con la luz, ahora parpadeante, del techo, crean un santuario efímero, un oasis en la rutina diaria. A pesar de este cálido abrazo, una sensación inquietante se anida en los recovecos de su mente, perturbadora como la sombra que proyecta la toalla colgada, transformándose en sus ojos en un espectador silencioso y ominoso.
Este pensamiento, ineludible y oscuro, revolotea en su cabeza como una mariposa nocturna atrapada contra un cristal. ¿Qué sería aquello que la acecha desde las sombras? ¿Y cuál sería su origen? En su joven corazón, Bailey sabe que todo mal tiene un comienzo, un punto en el que la inocencia se quiebra y la realidad se tiñe de sombras. Pero, ¿era este un mal per se, o quizás la consecuencia de un mal pasado, una herida sin cerrar en el tejido de su historia?
Los pensamientos intrusivos, como remolinos oscuros, danzan en su cabeza, entrelazándose con el vapor que se eleva del agua caliente. Finalmente, logra relajarse lo suficiente, un suspiro de satisfacción escapando de sus labios. Después de todo, el mundo es un lugar complejo, y una chica adolescente de un pueblecito de Maine no va a desentrañar sus misterios en un solo día. Dejar que las cosas fluyan, enfrentar el mundo detalle a detalle, parece la solución óptima para ella. Su mundo, al menos. El mundo de Bailey, el de su padre Alan, el de su perro King, quizás incluso el de sus amigas María y Milly...
De repente, Bailey se despierta en un sobresalto. El agua, antes cálida y acogedora, ahora tiende a la tibieza, el tiempo no se detiene, ni siquiera en el cálido refugio de su bañera envuelta en vapor. Comprende que se ha relajado demasiado, perdiéndose en un estado entre la vigilia y el sueño.
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Un pensamiento fugaz cruza la mente de Bailey. Hay algo, un destello de memoria o una revelación medio olvidada, oculto en las profundidades de su materia gris. Es como un susurro en el viento, algo que parece gritarle con urgencia: "Bailey, mírame, reconóceme. Soy una pieza en este rompecabezas que es tu vida". Pero, agobiada por un cansancio que le pesa tanto en el cuerpo como en el alma, no logra concentrarse en esos detalles fugaces. Su mente se siente embotada, incapaz de aferrarse a ese pensamiento escurridizo que baila justo fuera de su alcance.
Con la conciencia de que algo importante se escabulle en los rincones sombríos de su pensamiento, decide rendirse al sueño. Se acuesta, sintiendo las sábanas frescas contra su piel cansada. El mundo de los sueños le promete un escape, al menos temporal, de las incógnitas que la acosan.
Pronto, King, su fiel compañero canino, se une a ella, su presencia un bálsamo para su inquietud. El calor y el ritmo constante de su respiración ofrecen un consuelo silencioso. King, siempre presente, siempre leal, parece entender los misterios no dichos del corazón humano mejor que cualquiera.
Tira para recuperar Estrés, Bailey.