Todos
El camino desde la posada hacia Daggerford serpentea a través de la campiña, con suaves colinas cubiertas de hierba que se extienden bajo un cielo despejado. El grupo avanza con paso constante, sus monturas levantando pequeñas nubes de polvo mientras el sol matinal empieza a calentar el aire. Thorian, siempre atento al entorno, lidera con confianza junto a Percy mientras el río Delimbiyr se asoma a su derecha, sus aguas reflejando destellos plateados.
Pronto, el grupo llega a un gran puente que cruza el río. Desde su posición, pueden contemplar a la izquierda la costa escarpada que se extiende hacia el norte, abrupta y majestuosa, mientras al sur se abre un paisaje muy diferente: un vasto pantano plano que parece no tener fin. El contraste es tan marcado como inquietante.
“Los pantanos,” comenta Thorian, señalando hacia el sur mientras ajusta las riendas de su montura. “Un lugar tan fascinante como peligroso. Tribus de hombres lagarto los habitan, y no son precisamente hospitalarios. Territorio hostil. Mejor mantener distancia si queréis conservar vuestra piel intacta.”
Mientras cruzan el puente, perciben el silencio, más allá del sonido del agua bajo sus pies mezclándose con el crujido de la madera y el murmullo del viento. Al otro lado, el camino comienza a enderezarse, y pronto las murallas de Daggerford aparecen a la vista.
Aunque las murallas son de construcción sencilla, reflejan un esfuerzo notable. No tienen la majestuosidad de una ciudad como Puerta de Baldur, pero lucen bien mantenidas, como si alguien se preocupara de que cada piedra estuviera en su lugar. Es evidente que Daggerford no es una metrópoli, ni siquiera una quinta parte de una, pero su aspecto ordenado y próspero revela el flujo constante de riqueza en las últimas décadas.
Los guardias en la puerta detienen al grupo con gestos firmes, aunque no hostiles. Tras el protocolo habitual, Percy se adelanta y, con su porte noble, declara quién es y hacia dónde se dirigen. Al escuchar su nombre, los guardias intercambian miradas y, en un movimiento casi sincronizado, cambian de actitud. Inclinan la cabeza en señal de respeto y abren el paso, permitiendo que el grupo entre a la ciudad.
El primer vistazo a los barrios exteriores muestra un contraste interesante: edificios modestos pero bonitos, con tejados de madera y paredes encaladas. Las calles son amplias y limpias, y aunque el bullicio es menor al de una gran ciudad, se respira una actividad continua. Thorian, sin perder detalle, dirige al grupo mientras el paisaje urbano comienza a cambiar.
Conforme avanzan hacia el centro, la arquitectura se vuelve más refinada. Las calles están mejor pavimentadas, las fachadas decoradas con detalles más elaborados, y las ventanas adornadas con postigos pintados. A lo lejos, a la derecha, un montículo se alza con un fuerte de piedra maciza que domina la vista. La estructura, imponente en su simplicidad, parece ser el corazón defensivo de la ciudad.
“Ese es el fuerte de Daggerford,” comenta Thorian. “El hogar del gobernador de la ciudad. En este caso, Lady Morwen.”
El fuerte, con sus torres cuadradas y gruesos muros, parece vigilar la ciudad con autoridad, un recordatorio del pasado fronterizo de Daggerford y de los esfuerzos que la han llevado a convertirse en lo que es hoy.