María y Rachel
Barrio Comercial de Daggerford
Mañana
El grupo llega al mercado de armas con una carreta improvisada que han pedido prestada en la posada. Las armas se amontonan de forma caótica: dagas, espadas, un látigo enredado con una kusarigama, y un martillo que todavía parece tener incrustado algo que prefieren no identificar. Cada pieza parece contar una historia, aunque la mayoría probablemente incluiría palabras como “mala suerte” y “decisiones cuestionables.”
Primrose lleva la voz cantante, como siempre. “¡Armas en venta! ¡Directo del campo de batalla! ¡Cada una con historia propia!” proclama mientras empuja la carreta hacia un vendedor de armas que las observa con poco entusiasmo.
El hombre, un enano corpulento con una barba rala desaliñada, arquea una ceja. “¿Qué tenéis ahí, basura o reliquias?”
Primrose da un paso al frente, con un aire de seriedad absoluta. “Esto no es basura. Esto es historia.” Señala la primera pieza que encuentra: una daga simple pero afilada. “Daga del jefe bandido Roderick. Robó más carteras que cualquier ladrón de Luskan antes de que nos lo cruzáramos.”
“Y esa ballesta,” añade Primrose, levantándola con esfuerzo, “era suya también. Supuestamente le dio en la rodilla a un guardia antes de… bueno, ya sabéis.”
El enano gruñe y revisa las piezas con manos expertas, mientras Rachel salta para señalar una espada. “¡La del bandido Hyam! ¡A ese lo atravesaron con una flecha en el ojo! Fue espectacular.”
“Muy espectacular,” confirma Primrose, sin mucho entusiasmo mientras levanta una alabarda que podría haber sido usada para cortar árboles o, quizás, como poste de tienda. “Esta también tiene historia. Al menos, creemos que sí. Pesa como si fuera de un gigante.”
El enano gruñe de nuevo, esta vez con algo que podría ser interés, o simplemente resignación. “¿Y qué más traéis? ¿Ese látigo? Parece más decorativo que otra cosa.”
“¡Látigo de calidad!” exclama Primrose con una sonrisa. “Directamente de la colección privada de alguien que probablemente no lo estaba usando para combatir. Pero, oye, sirve.”
María, que ha estado escuchando en silencio, añade con calma: “También tenemos esta espada bastarda de un jefe goblin. Lo suficientemente pesada como para destrozar una puerta.”
El enano examina todo, levantando cada pieza, probando el peso y evaluando su estado. Finalmente, se cruza de brazos y declara: “Diez monedas de oro por el lote.”
Rachel pone una expresión que podría hacer llorar a un golem. “¿Diez? Este arsenal vale más de veinte solo por las historias que llevan encima. ¡El martillo del bandido Brutus casi nos aplasta como a un mosquito al intentar quitárselo!”
El enano se rasca la barba y suspira. “Quince. Y no por las historias, sino porque sois unos personajes de cuidado y necesito que os larguéis antes de que alguien crea que trabajo con lunáticos.”
“¡Veintidós y ese cazo que tienes ahí o nada!” suelta Primrose, con firmeza.
El enano la observa, la mirada fija en la pequeña Timo que mastica tranquilamente una manzana, como si ni siquiera estuviera presente en la discusión. Finalmente, asiente. “Veintidós y el cazo, pero dejas esa kusarigama antes de que me cortes una oreja," le dice a Primrose.
“¡Trato hecho!” exclama la joven, chocando su mano con la del enano.
El grupo se retira con las monedas en el bolsillo y, aunque el arsenal ha quedado atrás, las risas sobre la venta les acompañan durante todo el camino de regreso. “¿Os habéis fijado en su cara con el látigo? Seguro que pensaba que éramos contrabandistas raros,” dice Rachel, mientras Primrose añade: “Lo éramos, pero con estilo femenino.”
Tras adentrarse al barrio comercial de Daggerford, observan que está en plena actividad. Los gritos de los vendedores llenan el aire, prometiendo desde telas finas hasta baratijas mágicas que probablemente no hacen nada. Los colores de los puestos parecen competir por quién puede herir más ojos en menos tiempo, y el olor a especias, pescado fresco y algo indefinido que preferirían no identificar flota en cada esquina.
Primrose, con su entusiasmo inagotable, lidera la expedición como si fuera una veterana de las compras, aunque no tiene intención de gastar ni una moneda. “¡No tengo frío! Además, la lana me pica,” asegura mientras señala una capa rosa brillante que podría cegar a un dragón.
“¿Qué te parece esta?” pregunta con entusiasmo, sosteniendo la prenda como si hubiera descubierto un tesoro.
Rachel la mira, paciente. “Es para Elijah, no para una niña de cinco años que quiere ser princesa.”
“¡Pero sería tan divertido!” insiste Primrose antes de girarse hacia Timo. “¿Tú qué opinas?”
La pequeña, que apenas asoma la cabeza detrás de María, responde con la solemnidad de una juez en un juicio importante: “Me gusta, pero Elijah es demasiado grande para eso. Necesitaría tres capas como esa...”
Primrose asiente como si esa fuera la opinión más sabia que jamás haya oído. “¡Sabía que Timo tenía buen gusto!”
Mientras tanto, María, con los brazos cruzados y su voz firme, está discutiendo con un vendedor que insiste en que un pañuelo puede servir como abrigo para Pizz. “No sé qué tipo de goblins conoce usted,” dice con tono seco, “pero el nuestro tiene orejas que podrían servir de velas en un barco.”
El vendedor intenta protestar, pero María levanta una ceja, y aunque no puede verle, su expresión transmite perfectamente que no está para tonterías.
Rachel consulta la lista por enésima vez. “Primero, algo para Bailey. Es... bueno, muy alta.”
El vendedor, que hasta ese momento había estado peleándose con un nudo, se detiene. “¿Alta cómo?”
“Casi dos metros,” responde Rachel.
El hombre parpadea. “Ah. Pues... no tengo nada para... eso.”
Primrose, siempre optimista, señala un montón de mantas gruesas. “¡Podemos envolverla con una alfombra gigante!”
“Claro, seguro que le encantará,” murmura Rachel, moviendo los ojos mientras pasan al siguiente puesto.
Para Pizz encuentran un abrigo rojo que parece haber pertenecido a algún niño humano con un sentido de la moda dudoso. Tiene botones de latón y un bordado que dice “Pequeño Capitán.” Rachel lo sostiene como si tuviera algo pegajoso. “Pizz va a odiarlo.”
“Pero lo usará,” replica María, sin pestañear.
El abrigo para Elijah se convierte en un desafío monumental. “¡Este hombre es un gigante!” se queja un vendedor mientras rebusca entre capas y mantos que podrían usarse como tiendas de campaña. Finalmente, encuentran una chaqueta de cuero reforzado que parece resistir tanto el frío como los hombros de Elijah.
Con las bolsas llenas y los ánimos divididos, Primrose sigue liderando el grupo, aunque no lleva nada suyo. “¡Esto ha sido divertidísimo!” dice con una sonrisa brillante.
“Si por divertido te refieres a agotador, sí,” murmura María.
Timo, alzando la mano como si estuviera en clase, señala: “Prim, tú no has comprado nada.”
“Porque no tengo frío,” responde con la misma sonrisa.
Rachel suspira mientras mira las bolsas. “La próxima vez, enviamos a Bailey sola. Quiero ver a algún vendedor discutir con una mujer de dos metros que podría levantar su puesto entero sin pestañear.”
María asiente mientras el grupo se pierde entre los gritos de los comerciantes, con Timo sujetando una de las bolsas como si acabara de ganar un trofeo.
Obtenéis ropas de montaña x 6, ropa interior x 6 y un cazo de metal.
Obtenéis 4 monedas de oro.