Pizz
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Pizz sube en silencio.
Cada peldaño de la vieja escalera de caracol resuena, pero el goblin se desliza con la ligereza de quien ha hecho esto mil veces y aún vive para repetirlo. Asoma la cabeza con cuidado, uno de sus ojos brillando en la penumbra.
La capilla ya no es la misma.
Una bruma espesa cubre el suelo como un manto derramado, ocultando hasta los bancos. Todo está quieto… salvo por unas formas que se mueven lentamente, figuras nebulosas que no terminan de materializarse. Sombras que parecen recordar que alguna vez tuvieron cuerpo.
Y entonces lo ve.
Verbal.
El viejo sacerdote de Ilmater está de pie junto al altar destrozado, la túnica raída y el rostro cubierto de hollín.
Tiembla.
Pero no retrocede.
Tiene una mano alzada, y en la otra empuña su bastón de madera, sin magia, sin símbolos, solo fe.
Su voz resuena, débil pero decidida:
"¡No puedes pasar, siervo de Vecna!"
El eco rebota contra las paredes ennegrecidas, pero no obtiene respuesta.
Más allá… una figura.
De espaldas.
Alta.
Demasiado alta.
La capa negra le cae hasta los talones, flotando sin moverse.
El cuerpo es delgado y huesudo, y sin embargo impone más que cualquier armadura.
Los dedos largos se mueven con lentitud, como si tejieran un ritual invisible.
Y frente a él, flotando en el aire con los brazos colgando, una niña.
Annie.
Los ojos cerrados.
El cabello suspendido como si nadara en agua.
El cuerpo inmóvil, suspendido por algo que no se ve.
Y Pizz no hace ruido.
Porque su instinto de supervivencia no se atreve a interrumpir eso.