Turno 16-17
María cierra los ojos un instante, respira hondo pese al frío, y deja que el hechizo se expanda como un velo fino sobre la lluvia. Su nariz hormiguea; el mundo cambia de textura, de densidad… y de pronto, los olores se vuelven mapas nítidos en la oscuridad.
El hechizo funciona. Y funciona muy bien.
El primer aroma que le golpea es áspero, seco, agresivo: pólvora. No hay duda. Esa mezcla de ocre quemado y metal rancio no se confunde con nada. Proviene del edificio más cercano, justo a unos metros de donde están escondidos.
Pero no está solo. María frunce el ceño: percibe un rastro inconfundible.
Barbas chamuscadas. Hollín viejo incrustado en la ropa. Y, como nota persistente en el fondo, azufre, ese olor picante que se agarra a la garganta. Una presencia pequeña. Empapada de humo. Alguien que ha pasado demasiado tiempo trasteando con cosas que burbujean, chisporrotean… o directamente explotan.
Uno solo. Pero uno que promete problemas.
El hechizo se apaga suavemente mientras María abre los ojos.
Y lo que ha olido… no promete nada bueno. O sí.
Percepción de Pizz: 2, 2. Fallo.
El goblin parece demasiado entretenido imaginando la siguiente noche acurrucado entre los pechos de Milly y María, en un sandwich que haría las delicias de cualquier goblin con sangre en las venas. De repente, se distrae al notar una erección aparecer en sus pantalones, creándole un vacío de oxígeno en el cerebro.
Percepción de Milly: 6, 5. Éxito.
Sin embargo, Milly, más lista, se sube encima de una roca con cuidado y ve la disposición de los guardias.
Tres lanceros con escudos, tres arqueros… y el sacerdote. El aprendiz. Soren.

Percepción de X: 1, 1. Pifia → Durante un turno no será consciente de sus alrededores.
De repente, las voces llegan desgarradas por el viento, pero lo bastante claras para entender el tono. Uno de los soldados, empapado y nervioso, se atreve a hablar:
"Señor Soren… con todo respeto… ¿por qué estamos aquí? Usted ordenó perseguir a los otros al bosque. ¿Por qué no lo hacemos?"
Otro soldado, sin siquiera mirarlo, le golpea el casco con la mano abierta.
"Porque eres idiota, Berwin. Eso lo dijo para que lo escucharan, ¿no lo entiendes? Para empujarles hacia el bosque, donde los terrores de la espesura y el río crecido nos harán el trabajo. ¿O necesitas un mapa para pensar?"
Soren sonríe suavemente, satisfecho.
"Exacto. Ese era el propósito. Dejar que los necios corran hacia su propio fin. Lo importante ahora…" Señala el elevador con un gesto delicado. "…son los que puedan haber quedado atrás."
Berwin traga saliva.
"Pero… ¿y si no queda nadie dentro, señor? ¿Y si ya han huido todos?"
Soren ladea la cabeza, encantado por la pregunta.
"No sé si queda algún intruso dentro. Y tú tampoco." Pausa. "Y por eso debemos actuar como si la peor opción fuera cierta. Esa es la forma correcta de servir a Kelemvor: siempre preparar el camino del final más probable."
Luego, con un repentino cambio de tono, chasquea los dedos. "Y ahora deja de charlar y haz tu trabajo."
El soldado calla, pero un arquero cercano, suficientemente lejos para creer que no le oyen, murmura algo entre dientes. Sólo captan fragmentos en el viento:
"…solo quiere cubrirse las espaldas…"
"…dejó escapar a los otros…"
"…demasiado miedo para meterse en el bosque con cuatro hombres…"
Soren detiene su paso. La sonrisa se congela. Muy despacio, vuelve la cabeza hacia el arquero. El silencio pesa más que la lluvia.
Y entonces el sacerdote pronuncia unas palabras antiguas, frías, cargadas de autoridad:
"Iudicium sepulcri minoris."
Tirada de magia de Soren: 4, 4. Éxito.
La magia cae sobre el arquero como una losa invisible. El hombre se retuerce, cae de rodillas, se agarra el pecho mientras suelta un grito desgarrador.
Valentía del arquero 1: 2. Fallo → 2 puntos de daño.
"¡Perdón! ¡Perdón, señor! ¡Por mis pecados, por mis palabras, por—!" Se muerde la lengua del dolor, tiembla, y el aire alrededor se vuelve gélido.
Los demás soldados empalidecen. Nadie dice una palabra. Ni siquiera respiran demasiado fuerte.
Soren, satisfecho, sacude la mano como quien quita polvo de una manga.
"Bien. Ahora que hemos terminado con las tonterías… ¿podemos seguir trabajando?"
La formación vuelve a ajustarse. Pero el temor es palpable, espeso, casi visible en la mirada de los soldados.
Y nuestros héroes comprenden que este sacerdote joven, amable y dicharachero… es casi tan peligroso como su maestro.