Fritz prepara las tortitas canturreando alegre y ensimismado, sobre su uniforme negro colgaba un delantal blanco manchado de harina. En sus ojos hay un brillo desde que Temper llegó a la casa que se apreciaba a simple vista.
El cenayuno era la comida más importante del día en la mansión, no porque los vampiros necesitaran comer, sino porque desde que Beth se había instalado en la mansión, se había convertido en un ritual de reunión informal entre el rey y sus hermanos donde limaban asperezas, leían el periódico, se ponían al día y se comportaban como un equipo fuera de la batalla, para variar.
A Beth le gustaba recordar esa rutina de cuando aún era humana y a Wrath le gustaba complacerla en esos pequeños detalles. Y bueno, ahora estaba Temper.
Fritz y otra doggen terminaron de poner los cubiertos. En el centro del salón comedor se extendía una gran mesa de madera de roble con sillas alrededor y una pequeña trona. Huevos con bacon, salchichas, tostadas, chocolate, café y zumo llenaban la vajilla sobre el mantel. El aroma del café y la comida salía por la puerta y llenaba toda la casa.
Cuando todo estuvo listo el doggen se quitó el delantal y tocó la campanita en señal de que el cenayuno estaba servido.
Beth entró la primera con Temper, lo sentó en su trona y comenzó a darle una especie de cataplasma de avena con leche. Los vampiros que aún no habían superado su transición, sí necesitaban comer comida humana. El hecho de que algunos vampiros no superaran la transición al llegar a los 25 años era una sombra que sobrevolaba la cabeza de Beth desde que tuvo al niño, criada como una humana, no se hacía a la idea ni creía que fuera a hacerse nunca a la posibilidad de tener que sobrevivir a su hijo cuando cumpliera los 25.