El banquete celestial de Donald Ray Pollock
Donald Ray Pollock es un escritor superlativo, aunque su literatura quizás no sea para todo el mundo. De forma similar al maestro Ellroy, Pollock ha conseguido crear un universo propio y reconocible, plagado de personajes fascinantes a los que solo su pluma puede dar vida. Sus novelas son sórdidas, sucias y crueles, y definen a la perfección una Norteamérica rural incapaz de avanzar; anclada en un pasado demente y polvoriento. Un trío de hermanos forajidos, cazarrecompensas sodomitas, vagabundos místicos, granjeros tan bondadosos como incultos, taberneros psicópatas... todos ellos luchando contra las adversidades de una existencia inmisericorde. Sin embargo, al fondo de todo ello siempre termina apareciendo un atisbo de humanidad y redención, tardía para la mayoría de personajes pero no obstante bienvenida para el lector. Una novela simplemente maravillosa.
El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio
Puede que algunas de las virtudes originales de esta novela hayan palidecido con el tiempo -en particular su retrato en clave realista de la clase obrera de posguerra- sin embargo su poder evocador resulta aún de una vigencia absoluta.
Tiene El Jarama algo profundamente cinematográfico en su dominio de los tiempos y los espacios, mientras su fuerza alegórica consigue enmascarar muchas ideas que nunca se muestran ni se citan directamente pero que como lectores intuimos constantemente. Se ha dicho muchas veces que en esta novela no sucede nada, pero a mi modo de ver todo lo que sucede en ella tiene un doble fondo y un fuera de plano: una sombra de significado que se escapa por los márgenes de la página.
Es en este juego del gato y del ratón semántico -junto con esos maravillosos diálogos que retratan a la perfección los tonos y hablares de la época- que la novela se erige como una obra literaria mayor que conviene redescubrir bajo el nuevo prisma que da el reposo del tiempo.
La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes
En las primeras páginas de esta novela su protagonista -un moribundo Artemio Cruz- hace un recorrido por su cuerpo inerte, definiéndolo de forma cubista. Esta multiplicidad de puntos de vista y tiempos será vital a lo largo del relato para mostrarnos el fallo inherente de un individualismo incapaz de subjetivarse en el maremoto de la Historia.
Pues esta es otra versión posible de Ciudadano Kane. Artemio Cruz se erige como esa figura mítica y fundacional que todas las naciones gestan de forma inconsciente, tanto para poder definirse como para perpetuarse en el tiempo. Arribista corrupto, actor económico y social, motor indispensable de un régimen que ha olvidado los ideales de una revolución social en pos del desarrollo personal de sus líderes.
Es en esta lucha de representaciones entre lo colectivo y lo individual que Artemio Cruz se erige como un tótem necesario para unir estos dos mundos, siendo fagocitado por ellos en el proceso. Pues ningún pueblo quiere recordar el barro, la suciedad y las vísceras de un origen que no puede ser otro que corrupto. De esta manera Artemio Cruz no es más que ese pecado original que toda sociedad engendra en su recorrido por la noche de los tiempos.
Reyes vagabundos de Joseph O'Connor
Novela menor pero de una gran belleza que hará las delicias de quienes, como servidor, aman la música popular por encima de sus posibilidades. Es tanto una oda a los dioses, mitos y profetas del rock -los que llegaron al cielo y los que cayeron por el camino- como una sincera exploración del poder de la música como lenguaje universal, de su capacidad para unir y sanar. La juventud, los sueños y temores, el inclemente paso del tiempo, los errores y las palabras nunca pronunciadas. Pues la música no es otra cosa que tratar de ponerle orden al ruido y al silencio. Escuchar música, hacer música. Vivir en ella.
Ilíada de Homero
El fuego -en toda su fuerza y mutabilidad- está siempre presente a lo largo de este texto, una de las obras fundacionales de nuestra cultura. Resulta irresistible imaginar a los ancestros de nuestros ancestros reunidos alrededor de una hoguera mientras las llamas se convierten en las imágenes -a fuerza de imaginación compartida- de una narración que perdurará en el tiempo hasta formar parte de nuestra memoria genética. Lo que Homero hizo no fue más que dejar escrita una tradición oral ya existente y anclarla en el tiempo mediante una maestría narrativa simplemente inconmensurable.
La Ilíada se erige de esta manera como un texto esencial que lo antecede y presupone todo y que destaca por su furioso ritmo narrativo, su inmediatez y su descarnada violencia. Un relato plagado de extremidades desmembradas, huesos dislocados, lenguas arrancadas de raíz y ríos de sangre, gestado en la consciencia de que quizás la violencia sea el único atributo puro y verdadero del ser humano, y que de ella emana toda forma de narración.
Pues narrar es ante todo una batalla, un choque continuo de ideas; desechar lo anterior por lo inmediato, negar lo recién dicho en pos de lo aún callado. Homero nos infunde esa certeza de que toda narración es un combate a muerte de tiempos e ideas, una columna de Trajano sin solución de continuidad. Las ruedas de las cuadrigas, la máquina de escribir, la bobina de celuloide y el fusil de repetición; todas ellas formas de narración ancladas en el movimiento perpetuo, en el avance incansable del logos. De la misma manera que los humanos de esta epopeya ofrecen continuos sacrificios para aplacar la ira de los Dioses y buscar su favor, narrar es esa hecatombe sin fin de significados cuya finalidad es perpetuarse en la eternidad.