Elijah
Arhalyn no se ofende. No se inmuta siquiera. Solo guarda silencio durante unos segundos. La brisa mueve suavemente su cabello blanco, y la superficie del estanque sigue reflejando cielos más grandes que cualquier opinión humana.
Finalmente, responde con voz calma, sin dureza ni indulgencia. Como si hablara a un viajero que aún no ha visto el cielo desde la cima.
"No soy yo quien os pide nada, Elijah. Ni siquiera Selûne lo hace. Ella no obliga… sólo ilumina el sendero. Vosotros decidís si lo recorréis o no."
Sus ojos se posan en él, serenos.
"Y no temáis. No castiga la duda. La conoce bien. Fue la primera en sentirla… al principio de todo."
Hace una pausa, como si aquello bastara.
"Pero recordad esto: incluso en la noche más oscura, la sombra no existe sin la luz. Y vosotros aún tenéis luz en vuestros pasos, aunque no lo sepáis."
No sonríe. No necesita hacerlo.
"No soy vuestra guía. Solo… una voz en el bosque."
Y se aleja un paso, como si diera espacio para que el silencio hable por ella.
Después, con un leve gesto de cabeza, se da la vuelta. Su manto se agita ligeramente mientras camina en dirección al estanque. No dice nada más. No hace falta. Su presencia se difumina entre el murmullo de los árboles y el reflejo de las estrellas que empiezan a asomar.
La sacerdotisa se retira hacia el interior del templo, y las puertas, empujadas suavemente por la brisa nocturna, se cierran tras ella sin un solo crujido. Como un suspiro que se desvanece en la penumbra.
La noche vuelve a ser solo eso: noche. El claro se queda en calma. El estanque ya no muestra visiones, solo agua. Solo luna. Solo espera.
Y la Compañía del Unicornio… aún no ha elegido su camino.