Fuua había viajado durante meses, atravesando bosques y páramos a un ritmo excelente para un humanoide, pero lento para alguien que deseaba cumplir su deber con presteza. La noche había sido su camino, las estrellas su guía, y la impaciencia su fusta. La visión de Puerta de Baldur, la vasta urbe donde su prima señora la esperaba, fue por tanto un alivio sólo igualado por el trago de agua fresca que tomó mientras la observaba.
No tardó en encontrar una forma de entrar, incluso incluyendo a su escolta: cuatro linces grises que le habían sido asignados por ser más experimentados que ella en el viaje a largas distancias. Fuua no había querido escolta en un principio, pero le habían señalado que si su prima había viajado sin escolta era porque no la necesitaba. Entre su gente, había quienes creaban problemas y había quienes los acababan, y su prima no tenía problemas para hacer una y otra cosa. Fuua no podía equipararse aún con ella, y la joven había tenido que aceptarlo.
Bueno... todo era cuestión de aprender.
Después de aprovechar el día para dormir, empleó el atardecer en darse un baño en una charca oculta, y en cambiarse de ropa. La túnica y la capa de algodón y lana entraron en una bolsa, y de ella salieron un vestido azul noche con filigranas de hilo dorado, sensualmente provocador y arrogantemente elegante a partes iguales, unas medias semi-transparentes con motivos florales oscuros que bajaban hasta sus talones, y unos guanteletes y hombrera broncíneos que encajaban bien sobre el vestido. Se cubrió entonces con una capa con capucha, también azul noche, y unas botas de tacón sutil pero presente. Por último, encajó en el cuello del vestido dos piedras azules, con mucha más utilidad que sólo ser un adorno y cerrar el cuello.
Una vez ataviada, Fuua peinó sus largos y undulantes mechones gris-plata una última vez, y se refrescó una vez más la cara antes de ocultar cabellos y rostro bajo su capucha. Al fin preparada, la joven empezó con confianza la última parte de su trayecto: acercarse a las murallas de Puelta de Baldur para escalarlas y acceder a la ciudad. Con la noche apenas empezada, tenía tiempo de sobra. Con la paciencia y la calma que su escolta le transmitía, la joven ascendió ayudándose sólo de su flexibilidad sobrehumana y el uso con buen juicio de un pequeño pico de escalada. La juventud de su cuerpo y la elegancia de su ropa no le impidieron ascender con facilidad. Los linces la adelantaron rápidamente con poderosos saltos y garras que no aceptaban resbalar de un asidero, investigaron las sombras y los guardias a la vista, y y una vez la joven logró alcanzarlos, éstos la guiaron hacia las calles más abajo, evitando cualquier luz o sonido de pasos. El grupo desapareció en la oscuridad con velocidad y silencio, no dejando evidencia de su paso.
A partir de ahí, Fuua sólo necesitó guiarse del olfato de su escolta y las indicaciones de su prima para encontrar su destino.
No lejos del puerto, había un viejo templo abandonado, un poco pequeño y de construcción sencilla pero recio y con una buena vista de la bahía. Por alguna u otra razón, hacía varias semanas que nadie se había hecho con él o el terreno que ocupaba, y sus pasillos y salones habían sido el dominio de arañas y ratones. Naturalmente, en una ciudad como Puerta de Baldur, ese estado de cosas no podía seguir por mucho tiempo, y alguien se había hecho con él... por decirlo de alguna manera.
Fuua entró en el patio, flanqueada por sus compañeros de viaje, y lo atravesó con pasos rápidos pero silenciosos. Entró en un pequeño vestíbulo donde una docena de gatos la observaron con curiosidad. Tras un rápido intercambio de sonidos y gestos, impacientes los de ella y perezosos los de los animales, la chica entró en la nave principal.
Cientos de ojos giraron para posarse en ella.
La nave tenía dos pisos y ventanas acristaladas en los laterales. Los bancos para que se sentaran en ellos los feligreses habían sido arrastrados para quedar junto a los pilares, lo cual dejaba el centro de la estancia vacío de obstáculos. Precisamente por eso, había docenas de gatos... callejeros, por llamarlos de alguna manera, por todos lados. Los había en los pisos superiores, mirando hacia la recién llegada. Los había en los laterales del templo, iluminados por la noche exterior, que ahora interrumpían juegos, discusiones y siestas para observarla. Y había otros muchos, sus actividades similarmente interrumpidas, a lo largo del centro de la nave hasta llegar a los peldaños que ascendían hacia el altar.
En otros tiempos y a una hora más adecuada, un sacerdote se erguía allí, detrás de un púlpito, mientras predicaba a sus parroquianos.
Ahora, el púlpito estaba tumbado de lado frente a un ventanal que daba a la bahía. La luz de la luna entraba por él para caer, como un manto blanco azulado, sobre una silueta oscura que, sentada sobre el púlpito y apoyada contra la pared, escribía con pluma sobre unos pergaminos. El resto del púlpito albergaba sobre su superficie múltiples velas, pergaminos, y un botellín de tinta donde la figura escritora dejó descansar la pluma antes de girar la cabeza para mirar a Fuua. La luz de la luna le reveló un rostro que conocía demasiado bien, con unas puntiagudas orejas felinas, una cabellera gris oscura, y unos grandes ojos con pupilas negras, afiladas como dagas forjadas en el vacío entre mundos.
Faude le sonrió.
Fuua avanzó por la nave. Los linces la siguieron con calma, sin prisa, permitiendo que abriera distancia mientras ellos estudiaban a sus camaradas felinos. Los gatos de Puerta de Baldur examinaron a los recién llegados con cautela, mientras que los linces los miraban sabedores de ser criaturas superiores en el orden jerárquico entre especies. No era ésa la única diferencia. Los linces estaban sanos, fuertes y en perfectas condiciones físicas, y revestidos de un sentimiento de seguridad propia casi divino. Los gatos dieron muestras de humildad, bajando la cabeza y apartando la mirada. Las criaturas criadas en Puerta de Baldur no eran por lo general tímidas, y muchos de ellos habían tenido encontronazos con rivales. Había gatos con un solo ojo, con orejas mordisqueadas e incluso con lomos raspados. Eran, en comparación, una masa harapienta de veteranos de guerra.
Pero también había gatitos entre ellos, jugueteando y siendo limpiados por sus parientes, y eso suavizaba un poco la actitud de los linces. Lo bastante, al menos, para calmar a los felinos nativos.
Fuua notó todo esto de camino a presentarse ante Faude. Su prima señora posó las manos sobre las rodillas y la aguardó con su sonrisa muerta hasta que Fuua se arrodilló ante ella en reverencia. Con un gesto delicado y maternal, Faude tomó el rostro de la joven entre sus manos para atraerla hacia sí. Con una lengua rasposa de gata adulta, Faude le dio un corto y dulce lametón en la frente. Sabiéndose bienvenida al fin, Fuua sonrió, y empezó a hablar en su idioma nativo: uno que nadie más entendería en Puerta de Baldur aparte de Faude. In siquiera los animales que las rodeaban.
"Prima Faude..."
"Prima Fuua. Bienvenida a Puerta de Baldur. ¿Qué te trae por aquí?"
Fuua no recordaba a Faude tan agradable, y eso la relajó aún más. "Debo recoger tus informes y traerlos de vuelta. ¿Cómo te encuentras?"
"Maravillosamente..." La sonrisa de Faude se amplió al tiempo que se volvió más afilada. Fuua sabía que no mentía, pero había algo en su sonrisa tan pavoroso que sabía que era mejor no preguntar por los detalles. "Siéntate a mi lado. Hablemos, prima. Hace mucho que no sé nada de nuestra patria. ¿Somos hoy más fuertes que ayer?"
La larga cola de Faude se hizo ver, estirándose hacia Fuua como un brazo que la invitaba a acercarse. La joven se dejó envolver y atraer hasta sentarse junto a Faude. La cola de la gata mayor la envolvió, como si la abrazara... y al mismo tiempo, como si la controlara.
Hablaron largo y tendido. De cómo iban las cosas en casa. Los nuevos experimentos, las criaturas que habían logrado reclutar y cuántas nuevas gatas habían despertado. De qué había estado haciendo Faude. De su entrada en los Suicidas Carmesíes y su primera misión con ellos, y sus actividades en las calles, tejados y desvanes de Puerta de Baldur. Fuua pudo leer sus informes llenos de notas sobre las tropas de la ciudad, la forma de sus defensas y sus puntos débiles, la composición de su gobierno y el número de naves de comercio que llegaban cada día. También la actitud de los ciudadanos hacia sus animales domésticos y, muy especialmente, la facilidad con la que un gato podía moverse por la ciudad y observar las actividades de nobles y plebeyos por igual.
Fuua sabía cuál era la misión de Faude, pero tenía ni idea de cuán exhaustiva era hasta que Faude le mostró cuántos datos debía reunir para la patria. Las cifras eran tantas y tan complejas que Fuua no quería ni imaginarse cuánto tiempo había requerido reunirlas, y qué cálculos tuvo que hacer Faude para sacar las conclusiones que las acompañaban.
La joven se detuvo de repente. La cola de Faude, suave pero firme, le acarició la mejilla. Fuua levantó la vista y los ojos de Faude, grandes y atentos, le devolvieron la mirada. La gata mayor habló con tono falsamente despreocupado. "También he aprendido otra cosa. ¿Te gustaría verlo?"
Algo en el fuero interno le dijo a Fuua que lo negara. Fuera lo que fuera, el tono de su prima la había puesto sobre aviso. Pero nadie le decía que no a Faude Myon. No cuando esas dagas negras en sus ojos te apuntaban. "... ¿sí?"
......
....
......
Faude se puso en pie. Despacio.
Fuua supo que algo andaba mal inmediatamente.
La joven gata se apartó de Faude, poniendo unos metros de distancia entre las dos mientras Faude parecía crecer y crecer. La luz de luna que entraba por la ventana empezó a apagarse sin razón aparente, pasando de un blanco azulado a un gris, luego a un azul de mar, y entonces a algo mucho peor. A pesar de su visión felina, Fuua perdió de vista las paredes e incluso el púlpito y los pergaminos. Entonces, ocurrió algo peor aún: la oscuridad pasó de ser simplemente un manto de visión negativa, a una cosa viva, con profundidad marina. La oscuridad empezó a devorar la silueta de Faude, sombras antinaturales insinuándose y luego extendiéndose para abrazarla, y de repente alargándose para tocar los hombros de Fuua.
Todo desde ese momento fue instinto.
Su estómago se le hizo un ovillo mientras las sombras las envolvían y acercaban a las dos. Faude, que ya parecía medir más de cuatro metros de alto y que la miraba desde arriba como a un insecto, seguía sonriendo. La pupila negra de su ojo, el que su pelo no ocultaba, brilló de una forma extraña, cortando el aire entre ellas y acercándose a ella como la quilla de un navío de pesadilla. Fuua abrió la boca y mostró los colmillos sin pensar al tiempo que el pelo en su cabeza y cola se erizaba. Las uñas en sus manos pincharon sus guantes. La pupila en el ojo de Faude la miraba fijamente desde arriba, ya no como una parte de Faude sino como algo... distinto. Algo con consciencia propia y pensante, malévolo y poderoso como un dios de un averno tan profundo que incluso los dioses conocidos no sabían de su existencia. Las orejas de Fuua temblaron al oír su propia respiración jadeante y los maullidos de terror de docenas de felinos a su alrededor. Las garras de animales atemorizados arañaron y escarbaron en piedra y madera mientras bufaban y maullaban, atrapados igual que ella en un mundo nuevo, dominado por algo tan antiguo y cruel que Fuua sintió la necesidad de llamar a la magia en su interior y atacar.
Pero la pupila negra de Faude pareció leerle la mente. Y su desafío la atrajo aún más cerca.
Si creía que eso era lo peor que había visto en su vida, Fuua lamentó descubrir que no lo era.
En las sombras que las rodeaban se abrieron un par de ojos felinos. De un tamaño normal, con iris gris y pupilas perfectamente negras, exactamente iguales a las de Faude.
Éstos giraron tranquilamente para mirar a Fuua.
Entonces se abrió otro par de ojos en otro punto de la oscuridad. Y luego otro, más arriba. Y luego otro detrás de ella, que Fuua no podía ver pero que de todos modos sabía que estaba ahí. Y luego otro. Y otro. Y otro. Y otro más.
Decenas... cientos... miles... cientos de miles de criaturas la miraron, cada uno tan temible e interesado en ella como el ojo de Faude. E igual que el ojo de Faude, todos se acercaron a ella tanto que penetraron la barrera de su carne y su ser, y pudo sentirlos dentro de su propia alma. Supo entonces con certeza que no había secreto que les pudiera ocultar. Leyeron su espíritu de principio a fin. Observaron y comprendieron cada mota de su ser desde antes de que naciera hasta este momento, y todos los momentos siguientes hasta que su cuerpo desapareciera de este mundo. Cada recuerdo y sensación, cada enseñanza y conocimiento aprendidos, la suma de su ser... todo lo miraron y calcularon.
Y no quedaron impresionados por lo que vieron.
El ojo de Faude, grotesco en su tamaño, con una punta en un extremo del universo y la otra punta en otro extremo, se entrecerró, divertido por la insignificancia de la joven gata. Fuua no supo cómo ni porqué, pero... tenía claro que Faude estaba sonriendo. Y el que la mitad de la pupila desapareciera detrás de un párpado que ni siquiera podía ver no le ofreció ningún consuelo.
Entonces, la pupila negra tocó su pálida y sudorosa frente, y en el intenso y ardiente dolor que brotó en su cabeza, Fuua oyó una pregunta que le retorció las tripas como si fueran un estropajo de papel, y le arrugaron la piel como si fuera una persiana.
"¿Vas a atacarme?"
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Faude podía ser muy, muy paciente cuando quería. Y si era por Fuua, haría lo que fuera.
Por tanto, no estaba nada molesta cuando el amanecer entró tímidamente por la ventana, y la encontró aún sentada sobre el púlpito tumbado, con la figura encogida de Fuua aferrada a ella. La jovencita estaba hecha un ovillo, temblorosa y empapada en sudor y lágrimas, con los ojos abiertos como platos y enrojecidos. La gatita se apretaba contra Faude como si fuera su madre. Y no era la única. Todos los gatos en el templo e incluso los linces de Fuua se habían apilado alrededor de Faude, tan cerca como pudieron, igual de desesperados que su pequeña prima.
Faude los abrazó a todos. Con sus brazos y su cola, los acarició y los consoló uno a uno, tomándose para hacerlo lo que había quedado de noche, y estando dispuesta a continuar haciéndolo durante el resto del día. Les sonreía, los acariciaba y les susurraba como una madre. O como una santa. Y ellos respondían apretándose más contra ella y emanando alivio por cada poro de su piel, casi bloqueando el tremendo olor a orín que ahora impregnaba el templo.
El terror se había ido. O al menos, ya no era terror.
No exactamente.
Se había convertido en amor.
Un amor desesperado, como el de un reo condenado a muerte en el instante antes de ejecutarse su sentencia, cuando oye a su ejecutor accionar la palanca que retirará el suelo del patíbulo bajo sus pies, y de repente siente la soga alrededor de su cuello con una consciencia agudizada. Era un amor como ningún otro, incomparable al simple amor romántico o la lujuria apasionada.
Lentamente, Faude agachó la cabeza, incorporó a Fuua sobre sus rodillas, y delicadamente empezó a lamerle la cara para limpiársela.
Cuando la joven despertó unos minutos después, la lengua rasposa de Faude la hizo sentirse como si estuviera otra vez en los brazos de su madre. Con las pocas fuerzas que pudo reunir, envolvió a la gata mayor en sus brazos, cerró los ojos mientras descansaba el rostro contra el pecho de Faude, y perdió la consciencia. Al fin, después de varias horas, consiguió conciliar un sueño sin pensamientos ni pesadillas, arrullada por el ronroneo de Faude y el latir tranquilo de su corazón.
La vida, pensó Faude mientras disfrutaba plenamente del momento, puede ser maravillosa.
Se me ha hinchado la vena escritora y me he sacado esto. Te lo paso para que lo leas y me digas si publicarlo porque igual es una sobrada. Obviamente lo que describo aquí es el nuevo poder de Faude, pero en el juego no será exactamente igual. También es muy obvio que es una pasada brutal lo que he descrito, pero te lo puedes tomar como que es la suma del poder de Faude y su capacidad innata de afectar a otros felinos. O dicho de otro modo: que una cosa es lo que describo aquí y otra MUY distinta lo que pasará luego en la partida, que no será tan bestial porque nuestros enemigos no van a ser felinos y no se va a dar esa suma... imagino.
También acepto críticas y detalles, por si crees que aparte de todo esto vale la pena quitar o sumar algo.